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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Punto de vista

Releyendo al “Grupo de Guayaquil”

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Durante este mes de septiembre, el Museo Presley Norton, del Ministerio de Cultura y Patrimonio, lleva a cabo unas jornadas de discusión sobre el legado del Grupo de Guayaquil, a las que me invitaron. Parecería que queda muy poco por decir de esta generación emblemática, fundadora de la modernidad narrativa en el Ecuador. Sin embargo, como lo expresé en mi intervención, se habla del Grupo de Guayaquil a partir de supuestos, lugares comunes e ideas repetidas que no han sido repensadas ni actualizadas.

Y esto ocurre, principalmente, porque se siguen coreando elogiosos adjetivos en torno a un grupo de literatos, sin duda destacados, pero que también tuvieron altibajos como cualquier escritor de cualquier parte del mundo. Hacen falta lecturas más críticas y penetrantes sobre toda la literatura ecuatoriana y particularmente a aquellas “vacas sagradas” que, a guisa de haber llegado, y con méritos, al panteón de la literatura nacional, se vuelven prácticamente intocables porque se confunden opiniones con criterios.

Considero que una de las operaciones metodológicas fundamentales para lograr una adecuada valoración de los protagonistas de la historia de la literatura ecuatoriana, consiste en prescindir definitivamente del engañoso “método generacional”, tan defendido por unos pocos, aunque influyentes, críticos literarios.

En el caso del Grupo de Guayaquil, este no puede entenderse como una columna sólida y compacta de autores que actúa y escribe “en bloque”. Realmente son trayectorias diversas que aunque compartieron una misma estética -la del realismo social-, por su formación liberal laica y el tiempo en que les tocó vivir, cada uno enfrentó, a su manera, el combate de la escritura, desde múltiples y diversos escenarios: la narrativa, la poesía, la crónica, la biografía, la historia, el periodismo. Unos fueron militantes de partidos de izquierda e intervinieron en política, otros, solo simpatizantes. A algunos les interesó la diplomacia, a otros no.

Así mismo, otro de los aspectos del Grupo de Guayaquil que habría que desmitificar es la falsa idea del grupo cerrado. Si bien inicialmente eran “cinco como un puño”, paulatinamente el entorno de Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, José de la Cuadra y Alfredo Pareja Diezcanseco aumentó, con la incorporación de nuevos amigos y socios profesionales como Ángel Felicísimo Rojas, Adalberto Ortiz, Pedro Jorge Vera, entre otros.

Esta concepción ampliada del Grupo de Guayaquil nos permite entender, por otra parte, el fructífero diálogo interregional que se cimentó en la construcción literaria de la nación ecuatoriana, desde la reivindicación del montubio, el cholo, el indio y el negro. (O)

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