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Una de las consecuencias de los cambios climáticos y el calentamiento de la tierra, tiene que ver con el derretimiento de los glaciares, esas enormes masas de hielo que, en el caso de las montañas de los Andes, son el origen de una serie de caudales de agua que dan nacimiento o engrosan a los ríos, a las corrientes de agua.
En las últimas décadas, asistimos a que muchos glaciares dejan de existir, o se vuelven solamente estacionales, en las épocas invernales, lo que no solamente disminuye la belleza de los gigantes de los Andes, sino que también afecta a la producción de agua, que hace que los ríos tengan caudales permanentes que luego sirven para un sinfín de usos y que definitivamente, son generadores de vida.
Cuando salimos desde Quito, la capital ecuatoriana, hacia el sur o hacia el norte advertimos la presencia de estos glaciares en la cumbre de nuestras montañas, esos maravillosos nevados que engalanan el paisaje y que nos dicen que la provisión de agua va a estar garantizada, inicialmente para los campesinos, pequeños agricultores de las zonas altas y montañosas, pero también van a generar el flujo para la provisión de agua a las ciudades y que permiten también que se muevan las grandes turbinas de la generación hidroeléctrica.
Parecería en un inicio que esa conexión no es tan evidente, pero queda claramente demostrada en períodos de estiaje profundo como los que tuvimos a finales del año pasado y que fueron los causantes de una inusualmente larga crisis energética.
Los glaciares forman parte del ciclo del agua en el mundo, lo que los vuelve de una importancia vital, al ser una de las reservas más importantes de agua dulce del planeta.
Es por ello por lo que llamamos la atención sobre la importancia de los glaciares y su cuidado, preservando la cobertura vegetal de las montañas, protegiendo a los humedales, siendo cuidadosos con el uso del agua, si no queremos tener en el futuro crisis reiteradas, empobrecedoras y riesgosas dentro de nuestra América toda.