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Xavier Guerrero Pérez

El ser humano, la psicología y la fe

27 de marzo de 2025

Trataré en las siguientes líneas de compartir una pequeña parte de lo que ha sido mi vida, dentro del contexto de la ciencia y la fe. Tomé esta decisión -aunque anteriormente ya he brindado algunos indicios, pero no de forma directa- debido a varias dificultades que estoy atravesando, y que, gracias a la voluntad del buen Dios y la formación humana y espiritual que he tenido, en estos momentos estoy intentando transitar y poder seguir con miras a la meta anhelada denominada ‘superación’. Todo aquello me impulsa a socializar, más que mis dificultades, varias de mis reflexiones las cuales considero serán de mucha utilidad para quienes están teniendo sus propias batallas (similares o hasta más delicadas que las mías) y que en ocasiones llegamos a creer que estamos solos(as) o que únicamente a nosotros(as) nos ocurre. De hecho, recientemente tuve una conversación con una dama especialista en psicología, donde le compartí lo siguiente (parafraseando), aunque aprovecho ahora para ampliar un poco más: ‘De forma paulatina pretendo mostrar que quienes conformamos la opinión pública o somos “del medio” también sentimos, nos entristecemos, lloramos, experimentamos nostalgia o atravesamos aridas y noches oscuras en el alma (a la luz de la Obra de San Juan de la Cruz)… en general cuando se nos viene el mundo encima (puede tocar la puerta de nuestras vida uno o varios de los siguientes eventos: la pérdida de un familiar; la separación definitiva dentro de una relación afectiva; una cruel enfermedad en el plano físico; un proceso judicial en cualquier esfera, en especial la penal; la pérdida de un empleo y el siguiente paso: cómo responder a obligaciones principalmente económicas; el no nacimiento de un hijo(a) esperado; la ruptura de contacto y comunicación en el seno familiar; la decisión inhumana de una persona que estuvo para mantener relaciones íntimas en pro de concebir un hijo(a) y que luego nos abandona, se desliga, se irresponsabiliza y hasta se esconde para no asumir lo que le corresponde...), sea por saborear las consecuencias de nuestras acciones u omisiones, o, (en palabras de Séneca) debiendo estar al frente de la locura que implica querer enfrentar las dificultades que la vida nos presenta, pero, también a modo de contraste, lo dicho equivaldría el estar locos(as) si no las afrontamos.

Creo que es un acto de poca sinceridad personal el no expresar abiertamente lo que nos ocurre. Ciertamente es legítimo y se debe respetar la voluntad de la propia persona respecto a no desear manifestar (con sus seres queridos o con su círculo social, e inclusive con las audiencias) lo que le ocurre, preocupa o hasta agobia. No obstante, ya vamos más de cinco años -y contando, gracias a Dios- que ustedes y yo, que aún seguimos con vida, superamos una de las tragedias más feroces y radicales que este siglo ha podido sufrir, como lo es la pandemia de la COVID-19, y dado que considero como uno de los efectos de esa tragedia la destreza que nos generó en cuanto a poder desinhibirnos y sentirnos en un entorno de mayor confianza para socializar detalles y prácticas de nuestra vida más privada o íntima, al grado de ser, hoy por hoy, abiertamente observable que en las ‘aguas agitadas’ de las redes sociales las usuarias y usuarios deciden compartir una buena parte de su vida como personas (desde hábitos <>, llegando a levantar el velo de la privacidad y hablar de gustos en el aspecto sexual). La pregunta que me surge inmediatamente es la siguiente: si para asumir públicamente que nos interesa y nos apetece tal práctica sexual, o mencionar la frecuencia para realizarla; y ahí sí tengo valentía; ¿Dónde queda la misma para poder alzar la mano y contar la batalla que estamos lidiando o que debemos lidiar, en el plano afectivo/emocional o en el plano más profundo que es el espiritual (místico)?

Continúo. El mundo como hoy lo conocemos y su propio comportamiento provoca que, de lo que conocemos del planeta tierra, sea, a su vez, poco o nada. Parecería ser un contrasentido. Realmente no lo es. Por un lado en nuestro globo terráqueo están presentes las personas, ustedes y yo, y en interacción permanente aunque difiere en el grado (habrán quienes interactúen más los unos con los otros, y existirán quienes opten por el menor contacto social o el aislamiento). Estamos presentes personas; sí, seres humanos con luces y con sombras, con personalidades que difieren en cada individuo; personalidades que resultan ser llevaderas y pasivas, y otras extremadamente difíciles para la interacción social; y ello complejiza aún más el comprender la dinámica mundial, partiendo del ‘hecho cierto’ de que esta dinámica tiene como protagonistas precisamente a las personas. El propio ser humano y su personalidad no puede ser homogeneizada, ya que ‘cada persona es un mundo’, partiendo por su nivel de razonamiento y por su propia gestión de emociones; más bien, la reacción que una persona pueda tener en diversos escenarios es impredecible. Ahora, al extrapolar aquello al propio comportamiento mundial, una vez más, confeccionado por seres humanos: todo resulta desconocido, para nada estático, poco controlable e imperfecto; enfatizando de que no hemos entrado en el dilema de los acuerdos o desacuerdos entre individuos. En este panorama, y para añadir más carga, como si fuera poco, el ser humano debe luchar, sea una o varias veces con su propio ser, dentro de su mente. Sí, se enferma. Sí, sufre. Sí, padece. ¿De qué? Solicitando el debido permiso y disculpándome con los especialistas en salud mental que lean esta columna en el caso de que esté estropeando los términos, quiero denominarlo como dificultades en la mente; a manera de ejemplo: depresión, ansiedad y desórdenes/deformaciones en la conducta (trastornos). En buen romance, estas dificultades van desde una tristeza continuada (al menos varias semanas) al grado de llegar a querer atentar contra nuestra propia vida al notar que nuestro motor interno e inspiración se está deteniendo, o, al percatarnos que nuestro cerebro se ha agotado ante un vendaval de pensamientos que nos invaden, que son intrusivos y que nos desvían la atención de nuestras tareas y actividades que nos apasionan. Reitero: he esbozado, a manera de ejemplo, ciertas dificultades que el ser humano tal vez tenga que ‘hacer frente’ en algún instante de su existencia; pero, y lamentablemente es así, no son todas las que existen y que eventualmente se pueden cruzar en nuestro camino.

Concluyo exponiendo alguno de los pasos que he dado ante la batalla personal: a) seamos o no creyentes, no estamos solos(as): alguien perfecto, con inteligencia suprema y muy poderoso tuvo que construir el mundo. Él nos acompaña (Dios desde mi sano entender). Y personas cercanas (familiares o amistades) que, aunque podamos haber lastimado y con ello alejado, existirán quienes seguirán estando ahí ya que nos aprecian, nos conocen y quieren nuestro bienestar. Hay que darnos cuenta, únicamente; b) Busquemos ayuda: si observamos que donde residimos no están disponibles personas sabias en la fe (con sagrados y religiosos) y en la ciencia (psicología) que tengan conocimientos especializados y sobre todo amor y caridad para con la raza humana (aquello es visible y se aprecia en su comportamiento y en sus obras); a usar los mecanismos digitales para tomar contacto y hasta pensar en realizar el viaje. Créanme que vale la pena; y, c) Dios hace lo que quiere. La razón: es Dios, y puede hacerlo. Conocí de un caso donde un hombre de fe (religioso) intuía que existían posibilidades serías de la presencia de una delicada dificultad mental que estaba restando calidad de vida y la vida misma a una persona con la cual él venía teniendo interacción, a nivel de dirección/consejería espiritual. Aunque la persona que lo estaba viviendo manifestaba con regularidad al religioso su estado de ánimo y lo que sentía, es decir, qué experimentaba día a día (con el fin discreto de solicitarle al religioso su opinión); el religioso, luego de un discernimiento prudente, llegó a tener altas posibilidades de que esa dificultad que había sospechado en un inicio estaba ya presente en la mente de aquella persona; la recomendación de él a la persona fue que debía destinar tiempo y espacio para acudir a un hombre de ciencia (un psiquiatra) con el fin de brindar diagnosticó y ayuda para superar esa dificultad. Sin embargo, y, de nuevo: Dios hace lo que quiere; circunstancias se presentaron que, al transcurrir el tiempo, llegó un buen día que la persona experimentó un estado de ánimo de carácter místico, donde ya no hubo espacio para que la dificultad siga azotando y restando vida. La explicación y ese equilibrio, esas fuerzas y esa paz que empezó a experimentar exclusivamente es divina. Y desde aquel entonces hasta la presente fecha, la persona vive y coopera con la obra humana y divina, aunque ella, como cualquiera de nosotros, tiene combates con cierto grado de dificultad, los libra e impide que los mismos la destinen a estar 24 horas en una cama, o le anulen su inspiración para seguir viviendo. Una vez más: Dios hace lo que quiere. Así que, confiemos ciegamente en Él, pase lo que pase.

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