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Testimonio

Como yo la veo

Como yo la veo
26 de octubre de 2014 - 00:00 - Karine de Villers, Documentalista

Karine de Villers nació en Quito, de padre belga y madre danesa. Ostenta, hoy en día, la nacionalidad belga. De sus primeros años conserva registros cinematográficos y fotográficos de su padre, así como memorias de su madre, material que será donado a la Cinemateca Nacional, en acto público, el 6 de noviembre próximo.

 

Aquí un breve testimonio sobre sus padres.

 

 

Reseña biográfica

 

Mi padre, Cédric de Villers, nació en 1941 en Bruselas (Bélgica). Ceramista de formación, se involucró a la edad de 21 años como artesano polivalente en el Cuerpo Voluntario Europeo de Paz en Ecuador, desde 1962 hasta 1966. Durante su estancia en Ecuador, Cédric de Villers construyó y promovió con Luc d’Haese, técnico agrónomo, la granja escolar de Tepeyac en la provincia de Chimborazo; la misma que tenía un taller de cerámica, carpintería y fundido.

 

Mi madre, Anne-Marie Sikker Hansen, enseñó costura, higiene y cocina. A partir de 1963, ella trabajó en un albergue campesino en Riobamba que acogió a los indígenas.

 

Mis padres se casaron en mayo de 1963, en Riobamba. Mi hermana, Michèle, nació en marzo de 1964 y yo en febrero de 1965. Mi madre regresó a Dinamarca a finales de 1965 con nosotras dos, mientras que mi padre se quedó en Ecuador hasta 1966 para terminar su servicio civil.

 

Cédric y Karine de Villers, padre e hija documentando su historia de vida

 

 

Cuando llegas a un país, es el país el que te cambia y no tú el que cambias al país.

 

 

En 2001 realicé Comme je la vois (Como yo la veo), una película documental basada e inspirada en mi madre, Anne-Marie Sikker Hansen, que nació en Copenhague en 1941 y murió en Bruselas en 1979, cuando yo apenas tenía 14 años.

 

Sin embargo, la historia se remonta a los años sesenta, en un país lejano: Ecuador, lugar donde nací y del cual guardo hasta ahora mis primeras sensaciones e impresiones del mundo, a las cuales se unen los relatos contados por mis padres.

 

Ni el uno ni el otro eran ecuatorianos, pero es en este país lejano que una pareja y después una familia se constituyeron. Mi padre había sido incorporado dentro de una misión belga llamada Los Voluntarios de la Paz, para efectuar su servicio civil en Ecuador. Unos meses más tarde mi madre tomó un barco para reunirse con él; ella trajo un vestido de matrimonio en su equipaje. Apenas un año antes se habían encontrado en la Academia de Bellas-Artes de Copenhague, lugar en donde mi padre se formaba como ceramista y mi madre modelaba en clases de Arte para poder llegar a fin de mes.

 

En el mismo año, mi padre fue llamado para hacer su servicio militar, así se desligó de su vida de estudiante para entrar en su vida de adulto. Fue designado responsable de un proyecto de construcción para una granja-escolar en Tepeyac en la provincia de Chimborazo. Su misión consistió en enseñar artesanía a los indígenas. De esta manera, mi padre fue confrontado a la dura realidad y la necesidad de sobrevivir, pero también a la necesidad de expandir sus horizontes a través del contacto humano.

 

Era una época en la cual se aspiraba a cambiar el mundo, hacer la revolución, abolir la brecha entre los ricos y los pobres… Pero mi padre ya había entendido que no se puede cambiar el mundo sino que el mundo es el que nos cambia. Constantemente me decía que habían sido los indígenas quienes le enseñaron sobre la vida y no al contrario. Él vivió en armonía con ellos, en libertad total de realizar sus proyectos y desarrollarlos; mientras que mi madre vivió el impacto de la realidad de forma más emocional hasta atravesar una crisis existencial justo en el momento en el que iba a experimentar la maternidad por primera vez.

 

El Ecuador, país entre dos hemisferios, entre norte y sur, se convirtió en un espejo que reflejaba el estado en el que mi madre se encontraba: constantemente entre dos polaridades, en desequilibrio, a las antípodas de su ser, lejana a su mundo.

 

Mi padre, aunque involucrado en una nueva actividad muy diferente a la de su formación artística, trajo en su equipaje una cámara de fotos y una pequeña filmadora; así se entretuvo haciendo retratos de la gente, de los paisajes familiares e ignotos, de las escenas de la vida cotidiana, sin prejuicios ni condescendencia, en un intercambio mutuo de miradas con los sujetos fijos en la película.

 

Todas estas imágenes del Ecuador poblaron mi infancia, haciendo que emerjan a la superficie mis primeras impresiones, que cada vez se tornaron más claras hasta mezclarse con mi imaginario e incluso con mi aspecto físico. Recuerdo que de pequeña yo me vestía para ir a la escuela con los ponchos y la bisutería traídos del Ecuador. Además escuchaba las canciones de Joan Baez y de Violeta Parra.

 

Como anécdota dentro de este relato, yo nací prematuramente en el hospital Vozandes de Quito, en donde tuve una transfusión de sangre donada por un indígena. Además, debido a la falta de una incubadora en casa, las indígenas me cuidaron por turnos, abrigándome con el calor de sus senos. Fue así que me salvaron la vida.

 

Toda mi vida he sentido que soy el fruto de un mestizaje cultural y biológico. Sin duda alguna, esta es la razón por la que años más tarde estudié antropología y arqueología, atrapada por el gusto de lo lejano y lo desconocido. Estas dos disciplinas me acompañan en mi manera de hacer cine y, precisamente, cuando realicé la película Comme je la vois (Como yo la veo) a través de la historia de mi madre, realmente me encontré en una búsqueda de mi pasado y de mi identidad.

 

Fotografías, filmes en formato Super-8, cartas, el diario íntimo de mi madre… son mucho más que simples testimonios. Estos documentos son memoria, verdaderas piezas de vida que yo dejo hoy en día a la Cinemateca Nacional del Ecuador.

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