Para quienes desempeñamos el trabajo más conflictivo de todos cuantos ayudan a mantener el equilibrio democrático, el idealismo supera la ambición monetaria. En el siglo XXI es muy difícil sostener que es la vocación la que impide que las ovejas se conviertan en lobos, y ya sabemos que el periodismo es una profesión exigente, sacrificada, que requiere de muchos atributos. Álex Grijelmo respondió por escrito a un estudiante que le preguntaba sobre la vocación: Simplemente no existe; lo que necesitan los medios de comunicación es gente que conozca al revés y al derecho las destrezas de la escritura; que sea curiosa e interesada en desentrañar verdades para ofrecerlas a sus congéneres. Y, por supuesto que, como profesión, se cotiza muy alto cuando satisfacen estas aspiraciones editoriales.
Sin embargo, en países como Ecuador, en los que la ética del deber ser funciona de ida y vuelta entre el propietario y el comunicador, la venta de almas al mejor postor termina por pervertir uno de los ideales: “La información no nos pertenece”. Salvo honrosas excepciones, dueños y hombres de prensa sucumben al poder del dinero. Los primeros extienden sus tentáculos hacia donde llegan sus ambiciones y los segundos mejoran su estatus social. Por eso no quieren regulaciones.
Esta es, más o menos, la tesis del informe Cash for Coverage: Bribery of Journalists Around the World, (Dinero por cobertura: Soborno de periodistas en el mundo), escrito por Bill Ristow para el Centro Internacional de Asistencia a los Medios de Comunicación (CIMA), que tiene su sede en Washington. El documento muestra el contraste entre la filosofía del periodismo y la disponibilidad al soborno y la extorsión a cambio del silencio o la deformación de hechos a favor de intereses gubernamentales, figuras políticas, corporaciones o personas influyentes. Según el autor, “Hemos estado tan ocupados en defender a los periodistas que algunas veces nos quedamos cortos para hablar o denunciar ese lado de nuestro oficio". Es obvio que está mal el concepto de prensa libre y el cinismo de sus defensores, renuentes al orden y a recibir, de una vez por todas, un baño de verdad.