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Niebla al mediodía, cuatro voces ingenuas del amor

Niebla al mediodía, cuatro voces ingenuas del amor
20 de julio de 2015 - 00:00

Niebla al mediodía, la última novela del escritor colombiano Tomás González (Medellín, 1950), transcurre entre las montañas, la niebla y la continuidad de unos pilares de caña. Los personajes reconstruyen un hecho del pasado desde sus conciencia cotidiana, su quehacer en un microentorno, desde su microcápsula para ver el mundo.

Han pasado siete meses desde que Julia dejó a Raúl por casarse con Humberto Fajardo. Es una de las protagonistas de la historia, pero ha desaparecido. El enigma se resuelve desde el principio, pero sus personajes se ensañan en buscar culpables. Al mismo tiempo, se develan. Muestran cuatro caracteres bien definidos por su lenguaje, cuatro principios de realidad y cuatro rutas distintas para escapar del y no resultar dañados. Los personajes son distintos, en ocasiones sus confesiones se vuelven excesivas y hasta graciosas, pero se concentran en lo mínimo.

La voz de Raúl abre la novela. Es un hombre solo que vive aislado en una pequeña casa desde donde mira por la ventana el bosque húmedo y pasa “al mismo tiempo el arroyo, el aguacero y el río”. Raúl es el hombre del que se desamoró Julia, una poeta con la que vive un romance excesivo y efímero, que casi acaba con su vida. Ella se casó cinco o seis veces para quedarse otra vez sola y volver a ser independiente. Cree de sí misma que es una poeta majestuosa, comete el cinismo de citarse siempre a sí misma en esa verborrea de independencia masculina. Ella le dice al mundo que no necesita de ningún hombre, y no hace más que delatarse con ese acto de psicología inversa que al final se convierte en un anzuelo para pretendientes.

En el conflicto se introducen las voces de Raquel, la hermana de Raúl, una profesora de Literatura Inglesa en Manhattan que lidia con diversas frustraciones; y Alejandra, una nerviosa profesora de yoga y amiga de Julia, que es la antítesis de la coquetería. Los personajes tienen en común aquella ingenuodad de la que somos presa cuando sentimos que estamos enamorados a pesar de la vejez.

Tomás González vuelve a construir una novela negra desde las montañas de Cachipay (Cundinamarca), donde vive y se esconde de las preguntas incómodas y las solicitudes de posar para la foto. Aún así, los críticos no dejan de decir que su literatura obedece a su modo de vida zen; que el titular de su última obra es un haiku y que su soledad le sirve para seguir configurando otros universos con los que -dicen- debe reconocerse como uno de los mejores escritores latinoamericanos de nuestro tiempo. Pero como él mismo ha dicho, “uno escribe lo mismo en Manhattan o en el centro de Bogotá que en una finca cafetera a 20 minutos de Cachipay”.

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