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El Telégrafo

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Xavier Guerrero Pérez

Ni lo uno, ni lo otro

13 de marzo de 2025

Es altamente probable que usted haya escuchado frases como estas:

“Todo es injusto”

“Resulta que hay hipocrecia”

“¿Por qué me ocurre a mí?”

Sin embargo, por mi experiencia (partiendo de que años atrás participé y gané “jugando limpio; sin padrino/madrina” concurso público y fui designado alta autoridad por el CPCCS), las anteriores expresiones constituyen apreciaciones personalísimas, y no configuran la realidad. Ciertamente existirán casos muy puntuales, y hasta raros, pero de ninguna forma aquellos pueden constituir la regla.

Ahora bien, ¿A qué viene todo lo que he manifestado? Es sencillo responder: el pueblo cristiano católico -al que me pertenezco- está viviendo sus primeros días del tiempo de Cuaresma; tiempo donde se anhela se destine espacio para la reflexión para responder: cómo se está administrando la vida en esta tierra, y, cómo ha resultado ser la actuación para con las demás personas, que son iguales a usted, a mí, y a quienes vivimos en este mundo: seres humanos.

¡No es una tarea sencilla el propender a un exámen de consciencia! Hace pocos días, un sacerdote católico español en una de sus homilías decía: hemos llegado hasta este punto, a otra Cuaresma, iguales y distintos. ¡Y es cierto! Pero, para poder explicar tal aseveración se requiere que cada persona se permita vivir un encuentro consigo misma y ‘pase revista’ a su conducta dentro de su hogar (con ella y con los seres queridos) y fuera de ese seno: en la vecindad, en el trabajo… en la vida misma. Hemos llegado hasta aquí iguales y distintos. Iguales tal vez menos (acumulamos más edad, y lo que acompaña a ello; aunque, bendito Dios, con vida); distintos posiblemente más (la versión actual de cada persona es diferente a la “de ayer”; y, como está el mundo, todo apunta a que sea en negativo: más egoísta, menos cercana a quien sufre, menos empática con aquella(s) persona(s) que está(n) más o menos cercana(s); con más ansias de abarcar o de acumular lo que el tiempo corroe, tal como dinero, cargos [tienen más de un empleo], posición social… al grado de aprovechar la posición que directa o indirectamente tiene acceso para escalar y escalar en desmedro de otros, limitando el acceso y la igualdad de oportunidades). De nuevo: hemos llegado aquí más distintos (me incluyo; no necesariamente desde lo positivo), que iguales.

Habiendo explicado lo anterior, paso a profundizar. Hay quienes (yo lo era antes), cuando tienen la oportunidad en una interacción interpersonal, manifiestan: “Me ocurrió esto… yo no confío”. O, “Todo está mal; no vaya usted por ahí porque va a tener la misma suerte”. ¡Todo es una ilusión movida por el egoísmo! Lo que está ocurriendo es que las personas olvidan (me incluyo, una vez más) que toda acción tiene su consecuencia, y lo que vivimos no es más que lo que la Madre Naturaleza nos devuelve ante nuestras acciones pasadas. Me refiero a lo que popularmente se conoce como karma.

Dentro de un film anglosajón, recuerdo tanto una frase que surgió en un diálogo de dos personajes, donde el enfoque era el expresar el por qué a uno de ellos le estaba yendo de forma contraria a sus expectativas: “Consecuencias… si no las existieran, fuéramos como animales”. ¡Cuánta razón! De ahí que me lleva a aseverar que no es ni lo uno (todo está mal), ni lo otro (si usted va por ese camino, tendrá similar suerte que la mía). ¡No! Lo que sí le ocurre a esa persona y a quienes encuadran en esa circunstancia es la vivencia de las consecuencias de sus actos, o palpar el karma.

Seamos más ilustrativos y sinceros con nosotros mismos: cuántas ocasiones hemos “pasado cantando” ante el llamado de una determinada persona que nos conoce, y nos pedía ayuda (no necesariamente económica); cuántas veces hemos preferido amasar y amasar (no exclusivamente dinero; quizá oportunidades) y, en vez de avisar a nuestras(os) conocidas(os) o inclusive a quienes creemos que pueden mejorar sus vidas accediendo a esas opotunidades, lo que hicimos fue acaparar y acaparar para el disfrute personal o el de nuestro entorno familiar, aunque aquello implique atentar contra la ética y el profesionalismo; en cuántas oportunidades nos hicimos “de la vista gorda” cuando nos buscaron y nos pedían ‘la caña para pescar’ y no ‘el pescado’, pero, o la negamos o simplemente nos abstuvimos de buscar la manera de arrastrar a otras(os) a salir adelante… Seamos claros y contundentes: nos ha faltado amor, nos ha faltado ver a la divinidad en el rostro de los demás… Decimos amar a Dios que no vemos y con nuestras acciones hemos despreciado a Dios que hemos visto y que sí está ahí, en las y los menos afortunados.

Todo en la vida ocurre por nuestras acciones que derivan en consecuencias. Creemos que no nos observa persona alguna. Y es falso. Dios sí nos observa. De paso, él no envía o no nos conduce hacia momentos incómodos o el atravesar las consecuencias de nuestras acciones. No. Es cada persona quien se forja su propio futuro. Dios nos hizo libres y respeta nuestras decisiones, las que construyen y las que nos denigran como persona.

Cierro manifestando que recientemente tuve una experiencia como la aquí expuesta. Como persona, varias veces se me cruzó la idea de responder de la misma manera como aquí lo manifiesto: “Usted está degustando un trago amargo simple y llanamente por las consecuencias de sus acciones”. No obstante, el atravesar esos momentos ya es toda una experiencia desagradable como para abonar más al dolor, tristeza y frustración. Decidí retirarme en silencio. Lo que tal vez debí decir fue: “Le envío todas las buenas vibras para que este bache que me comparte nos provoque a todos, tanto usted como a quienes nos vamos a enterar, dos cosas: a) iluminación divina para volvernos más humildes, más sencillos, más abiertos, más empáticos… mejores personas; y, b) ser más receptivos para verle a la divinidad en quienes la están pasando mal y que precisamente el mismo Dios nos las pone en el camino”.

 

 

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