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Iván Rodrigo Mendizábal articulista

“El pantano de los cuervos”, cine español-ecuatoriano, entre la ciencia ficción y el terror

08 de marzo de 2025

Buceando en las plataformas de internet, muchas de ellas no necesariamente comerciales, he tenido el feliz encuentro con una vieja película filmada en Ecuador en 1974 con capitales extranjeros y la participación de la empresa “Películas ecuatorianas, S.A.”. Se trata de “El pantano de los cuervos”, del español Manuel Caño, realizada enteramente en Guayaquil y alrededores, con un elenco internacional (para su momento) en el que figuran Ramiro Ontiveros, Ramiro Sancho y otros, en el que resalta también la figura de César Carmigniani, luego conocido cineasta del país.

“El pantano de los muertos” tiene un guion de Santiago Moncada, escritor, dramaturgo español, del cual, además, se cuentan más de ochenta libretos para películas de diversa índole. Si este filme tiene alguna gracia, es por el guion, mezcla de thriller, ciencia ficción, terror, drama, etc. Es decir, es un típico ejemplo de película comercial que debe apuntar a amplios públicos y seducirlos sin más. Súmese a esto el trabajo de dirección de Manuel Caño, el cual se especializó en cine de clase B, de aventuras, de intriga, alguna que otra comedia y, sobre todo, cine de terror. En este marco, en tanto trató de internacionalizarse, sus películas estaban a tono con esas otras que trataban de explorar parajes exóticos y referencias a países donde lo metropolitano aún no era una amenaza. Por ejemplo, en Venezuela realizó “Perro de alambre” (1980), especie de estudio sobre la situación de los excarcelados en dictaduras; o en Haití se aventuró con “Vudú sangriento” (1974) sobre un hombre resucitado que intenta reconectar con el mundo; y dos curiosas películas, una hecha en Surinam, “Tarzán en la gruta del oro”, y la otra en Filipinas, “Tarzán y el arcoíris” (1972), sobre la figura del mítico hombre de las selvas.

“El pantano de los muertos” no es una excepción entre las películas citadas. El interés de esta es su hechura, aunque su trama no es necesariamente “ecuatoriana”, si con ello uno podría referirse a cuestiones relativas a lo nacional, a la identidad incluso costeña. En otras palabras, bien podría haberse realizado en cualquier parte del mundo sin que varíe el núcleo de su argumento: un médico que experimenta con seres humanos queriéndolos convertir en zombis o en seres a los cuales se les puede controlar su voluntad, hecho que lleva a que se refugie en algún paraje cerca del río Guayas, un pantano habitado por supuestos cuervos, en el que instala un precario laboratorio para llevar a cabo sus protervos actos. Claro está que la comunidad médica lo echa de sus filas por sus atrevimientos y, cuando va dejando huellas de lo que hace, la policía lo va cercando. Ahí es donde aparece Carmigniani, aún joven, como asistente de inspector de policía, midiéndose con otro que hace de inspector oficial, el español Fernando Sancho.

En la línea de la ciencia ficción, “El pantano de los cuervos” evoca la trama de “La isla del Dr. Moreau”, novela de H.G. Wells. La experimentación con especies en la obra de Wells implicaba una crítica a las tesis del darwinismo y las ideas de que, gracias al desarrollo tecnocientífico y médico, por fin el ser humano podría crear entes más evolucionados. En la película de Caño, la cuestión se torna un poco más anecdótica en el sentido de que el interés científico es someter cuerpos y voluntades al dominio del poder médico; con todo, ya sea en la obra de Wells como en la de Caño, resuena la cuestión ética, es decir, hasta qué punto el ser humano puede erigirse en dios y determinar la vida de los individuos con quienes interactúa. Lo anecdótico radica en que el doctor protagonista de la historia en el filme, si bien somete y vuelve zombi a alguien para que le sirva, tratará de hacer lo mismo con una mujer a quien pretende y que le rechaza: por lo tanto, su acto se vuelve una especie de venganza desesperada, fría de sometimiento.

Sin embargo, es posible inferir de ello algo que ciertaciencia ficción ha explorado: que la ciencia al servicio de una voluntad del poder serviría para crear ejércitos serviles, es decir, qué mejor si la ciencia médica o química se emplea para formar individuos que sean incapaces de subvertir el orden y, más aún, sirvan ciegamente al desarrollo del capitalismo. ¿No era esto parte de los argumentos de las novelas sobre robots de Isaac Asimov?Pero se podría aventurar a una hipótesis más arriesgada, si tomamos en cuenta las ideas de Slavoj Žižek, en sentido de que el zombi no es más que alguien que está debajo de todo régimen de poder, alguien sin linaje o, si se quiere, es la metáfora de la clase trabajadora; pero más aún, es aquel que recuerda que tenemos un “extraño exceso de vida”, una pulsión biológica de muerte que solo se experimenta mínimamente en el orgasmo: si lo que la película de Caño muestra es el desesperado intento de dominar el exceso de vida, el exceso de sexualidad que tiene una fémina, a la cual el doctor demente no puede controlar, su deseo de tener algo con ella, a sabiendas que lo rechaza, es quitándole dicho exceso, arrancando la pulsión orgásmica al punto de volverla solo una máquina de obediencia, una trabajadora más, tal como sucede con su primer experimento.

Y acá nos conectamos con el género de terror en el cine y, más aún con el gótico, ese que tiene que ver con confrontarnos con nuestros miedos a partir de reflejarnos en representaciones oscuras y también sobrenaturales e insólitas o, en otro caso, con poner de manifiesto lo reprimido a sabiendas de que en ello habría algo de familiar. El terror gótico nos recuerda o nos pone en una crisis. ¿Ser “zombificado” no apela así al miedo de ver a la misma Muerte que nos somete y hará de nuestro cuerpo un objeto, más aún, un objeto del deseo para quienes le servirían? En “El pantano de los cuervos” zumba el graznido del cuervo; por otro lado, la imagen del ave rapaz pronto nos evoca el poema de “El cuervo” de Edgar Allan Poe que, valga la redundancia, era la voz de un muerto. En el pantano están los horrendos cuerpos de quienes habrían sido sacrificados para cumplir el deseo que en principio fracasa; será solo con el cuerpo de una mujer que el doctor loco debe cumplir su deseo, o en términos de Žižek, su goce, es decir, el cuerpo zombi, si bien aterrador, al mismo tiempo, se conformaría en el medio para llegar al deseo a la vez repugnante y vencer con ello a la muerte. De lo que se trataría es de evitar el orgasmo carnal y más bien hacer el amor (dialogar) con la misma Muerte.

“El pantano de los muertos”, pese a que su factura sea de entretenimiento, no quiere decir que nos ayude a manifestar ideas como las esgrimidas en este artículo. La película cumple con ese mismo propósito del cine de terror: causar placer estético mediante la representación visual. Su hechura está a tono de ese cine comercial setentero; de hecho, lo que importa es la acción, la intriga, la resolución del crimen; hay también algo de caricatura, por ejemplo, intentando mostrar al indígena arribista. Caño, por otro lado, no hace imagen turística de Guayaquil ni de Guayas. Vemos una ciudad a medio camino del atraso y la modernidad, además de una supuesta policía un tanto pintoresca (por lo menos me parece viendo los atuendos). Aunque al inicio pareciera que el tono de ciencia ficción se quisiera construir con las edificaciones y puesta en escena, pronto caemos en una especie de parodia del laboratorio del terror, cuando este está edificado en el campo y el pantano. Con todo, el filme nos recuerda que en algunas décadas las productoras extranjeras hacían cine en Ecuador, tal vez aprovechando las facilidades operativas que el país ofrecía a los productores.

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