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El Telégrafo

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65 años de la histórica final

“Solo el Papa, Sinatra y yo silenciamos el Maracaná”

Los recortes de la prensa española que -al igual que las del mundo entero- esperaba titular ‘Brasil campeón’. En Marca publicaron las fotos de las conquistas de Schiaffino y Ghiggia.
Los recortes de la prensa española que -al igual que las del mundo entero- esperaba titular ‘Brasil campeón’. En Marca publicaron las fotos de las conquistas de Schiaffino y Ghiggia.
18 de julio de 2015 - 00:00

Eran tiempos en los que no existía mucho el respeto previo para el rival. No era de extrañar que un jugador, un DTo un directivo señalara que el partido sería fácil o que era un hecho que se quedarían con el triunfo. El exceso de confianza se apoderaba de los candidatos o favoritos, como fue el caso de aquella selección brasileña de 1950, que al ser la anfitriona, la del juego más vistoso y la que acumulaba más puntos, pensó que conseguir su primer título mundial en el encuentro final ante Uruguay era un mero trámite a cumplir con el calendario.

Como la Auriverde solo necesitaba de un empate para alcanzar la gloria, la fiesta se prendió en tierras brasileñas sin esperar que llegase la histórica tarde del 16 de julio.

Los jugadores uruguayos estaban cansados de tanto perder -en las calles, en las radios y en los periódicos-  una final que aún no se jugaba. Incluso, el día del partido el diario O Mundo titulaba en portada bajo una gran foto del equipo brasileño: “Estos son los campeones del mundo”. El cónsul honorario de Uruguay  hizo llegar veinte ejemplares a los jugadores ‘charrúas’, no sin antes expresar: “Mi pésame, los señores ya están vencidos”. Esos ejemplares no pudieron ser archivados porque  Obdulio Varela se dirigió al baño y muy serio, indignado, los orinó ante la mirada de sus compañeros.

Ese día, 52 millones de habitantes pensaban más en la celebración que en el partido mismo. ¿Para qué?, si ya estaba ganado. Las dudas de los aficionados brasileños pasaban por cuál sería el marcador de la goleada y quién o quiénes marcarían los goles del título mundial. En el estadio, 200.000 aficionados disfrutaban de un ambiente festivo al que le faltaba solo la vuelta olímpica. Y el encuentro.

En aquella tarde de 1950, la Auriverde solo necesitó medio minuto para meter miedo a los uruguayos y encender la fiesta en los hinchas locales. Pero debieron esperar 47 minutos del juego para cantar el gol de Friaca. Los brasileños eran superiores y el empate les bastaba para ser campeones.

La adversidad fue una inyección de coraje para Obdulio. El ‘Negro Jefe’ agarró la pelota y no la devolvió hasta ver furiosos al árbitro, a sus rivales y al estadio  entero. Para los brasileños, la alegría se había convertido en rabia. Más que pensar en el segundo gol, los jugadores ‘auriverdes’ tenían en la mira a Varela y perdieron la tranquilidad para seguir manejando el encuentro.

Uruguay empezó a sacar el balón con más agilidad y le sacó mayor provecho a la habilidad de  Alcides Ghiggia, que en su función de extremo derecho bailó a Bigode, el marcador izquierdo, las veces que quiso. A los 21 minutos de la segunda parte Varela tocó para Ghiggia, Bigode vio pasar el balón, Ghiggia llegó a la línea de fondo y centró hacia atrás, donde Schiaffino, con un  tiro alto y preciso, batió a Barbosa. Con el empate, Brasil se quedaba con el título, sin embargo, el miedo se apoderó de cada uno de los brasileños del Maracaná.

La Celeste se creció, la defensa se mantenía en orden, el centro del campo era propiedad de Varela, mientras Ghiggia seguía abusando de Bigode. Y así vino la jugada que determinaría que aquel partido fuese calificado como el ‘Maracanazo’. Julio Pérez entregó el balón a Ghiggia, el extremo se lo devolvió, Pérez lanzó en profundidad, Ghiggia comenzó a correr, Bigode perdió una nueva carrera. Barbosa, portero brasileño, pensó que el extremo resolvería como en el primer gol, y por ganar un paso para cortar el presunto centro regaló el primer palo. Ghiggia remató raso y fuerte. La ‘torcida’ cerró los ojos, la pelota sacudió la red y Uruguay marcó el 2-1 que enmudeció el estadio. Los jugadores brasileños, temblorosos, asustados, sorprendidos, intentaron igualar el encuentro y cumplir con el trámite que tenían pensado con anterioridad, pero aquello no pasó.

Tras el pitazo final, Barbosa comentó que el desenlace del juego fue como si se hubiera preparado una fiesta para coronar a un rey y el rey hubiera muerto antes de la coronación. No hubo ceremonia solemne con himnos, discursos ni guardia de honor. Cuando el presidente de la FIFA, Jules Rimet, se asomó al túnel con la copa no vio micrófonos ni banda de música ni guardia de honor. Todo estaba previsto, excepto que Uruguay fuera campeón. “Solo tres personas hicieron callar el Maracaná: Frank Sinatra, el Papa y yo”, repetía Ghiggia, el héroe uruguayo, cada vez que lo entrevistaban. (I)

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