La elección de Humberto Cholango, como presidente de la Conaie, abre un panorama expectante para la mayor organización indígena del Ecuador. Primero por él mismo: un dirigente joven, honesto, comprometido con las luchas históricas, destacado por su fortaleza ideológica y preparado para la acción política. A la vez, para llegar a ese cargo ha tenido que superar los afanes proselitistas de su contendiente más enfurecido, Auki Tituaña. Y, por encima de las acusaciones de gobiernista, con la que ahora se quiere denostar a todo el que no está de acuerdo con hacer oposición, Cholango simboliza a las nuevas generaciones de dirigentes políticos.
Asimismo, la Conaie debe entrar en un proceso de autocrítica para superar las diferencias internas, las disputas personales, las pujas generacionales e interétnicas y proponerle al país una línea de reflexión y solución de los problemas de fondo de la población indígena. No se escucharía mal, desde ningún punto de vista, que Cholango le proponga al Gobierno y a todas las instituciones del Estado un diálogo sin condicionamientos, por fuera de la disputa clientelar, para afrontar las demandas sociales, económicas y culturales de todas las nacionalidades indígenas.
Un movimiento indígena sólido, partícipe de las soluciones trascendentales para el Ecuador y propositivo con las demandas ciudadanas oxigena la vida democrática y le nutre de memoria y raíz ancestral para construir un futuro entre todos. Ahí hay un reto para Humberto Cholango. Sin descontar que todo liderazgo implica grandes sacrificios y sobretodo responsabilidad histórica.
Él es uno de los más orgánicos dirigentes del movimiento indígena, con una solvente preparación académica y pujante luchador desde sus primeros años de escuela. La Conaie gana con él y el país espera mucho de su liderazgo y sabiduría.