Este tema quizá es repetitivo, pero no me cansaré de tratarlo hasta que los dirigentes indígenas tengan la sensibilidad de asumirlo. Y de preocuparse por resolverlo. Quitarse la venda que se ponen en los ojos y mirar a los lados, al entorno ecuatoriano.
No se han dado cuenta (los dirigentes de Pachakutik y la Conaie), pareciera, de que la gente que vive en mendicidad en nuestro país es indígena de la serranía. Los desprotegidos por esa dirigencia, los olvidados. Aquellos que son sacados de sus comunidades y llevados a las grandes ciudades en calidad de mendigos. Que son ubicados estratégicamente en las calles y avenidas con mayor flujo de transeúntes para pedir caridad.
Sin lugar a dudas que son mafias organizadas que trafican con el dolor humano. Se aprovechan de la pobreza y la desesperación de los indígenas, especialmente de aquellas madres con abundante prole y ancianas en muy avanzada edad o con impedimentos de movilidad.
Invito a la asambleísta Tibán, a la Dra. Pacari, a Conejo, Umaginga, Cabascango, Cholango, a que se pronuncien, a que tengan la valentía y se den un baño de honor rescatando a sus hermanos de las garras mafiosas de esos traficantes de dolor que los humillan y los obligan a vivir en las calles, con trajes derruidos y sucios, gruesos e inadecuados de usar en el caluroso y húmedo clima litoral.
Me pregunto frecuentemente: ¿Esa imagen lastimera y desaseada que proyectan los indígenas mendigos por las calles de Guayaquil -que contrasta con la de luchadores y progresistas comerciantes en mercados y tiendas- es la que sus dirigentes quisieran para sus familias?
¡Que no se llenen la boca de altivez, si antes no se sacan el yugo de la miseria que ellos mismos promueven por las urbes cosmopolitas! Porque su sospechosa desidia es cómplice de esa barbarie.
Atentamente
Ramiro Serrano Miranda
Durán - Guayas