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El Telégrafo
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Los cuidadores de larga duración por lo general no son remunerados

Los asilos, hogares geriátricos, o como se les quiera denominar son la alternativa ante el abandono o la imposibilidad de cuidado de la familia. Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
Los asilos, hogares geriátricos, o como se les quiera denominar son la alternativa ante el abandono o la imposibilidad de cuidado de la familia. Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
11 de julio de 2015 - 00:00

Cuando se habla de cuidados de larga duración (CLD) para personas mayores en situación de dependencia, es imprescindible referirse a sus cuidadores, sean estos profesionales, formales, remunerados, que trabajan preferentemente en instituciones, o bien se trate de cuidadores no profesionales, por lo general sin que reciben un sueldo, también llamados familiares.

Unos y otros son el mejor exponente de la magnitud que tienen los CLD en la sociedad actual y de la que tendrán en el futuro.

Los cuidadores son un elemento configurador e indispensable de la protección social que debe darse a los CLD, incluida la asistencia sanitaria, la seguridad social y los servicios sociales.

En estas breves líneas nos limitaremos a dar unas pinceladas sobre los cuidadores familiares.

Cuidador familiar es la persona que proporciona ayuda a otra con enfermedad crónica, discapacidad o necesitada de asistencia de larga duración. La necesidad de ayuda viene determinada porque la persona cuidada no es capaz de valerse por sí misma  para realizar las actividades de la vida diaria,  como comer, asearse, desplazarse y análogas. Lo anterior es aplicable a cualquier cuidador.

Lo peculiar del cuidador familiar es que lo hace fuera del marco profesional o formal.

El número de cuidadores familiares es notoriamente superior al de cuidadores profesionales. Incluso en países con una buena oferta institucional para la provisión de CLD (residencias, centros de día, atención domiciliaria organizada, etc.), se calcula que el número de cuidadores familiares duplica al de cuidadores profesionales; tanto más en aquellos en que dicha oferta es menor.

Es preciso destacar algunas características, entre otras, que distinguen a los cuidadores familiares: son los preferidos por las personas mayores necesitadas porque quieren que se les atienda en sus domicilios; son prioritariamente mujeres (esposas, hijas, nueras); el grado de intensidad de los cuidados es mayor que en los cuidadores profesionales (en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico OCDE el 66% de los cuidadores informales proporciona cuidados diarios; el 30%, cuidados semanales); las tareas que realizan suponen un considerable porcentaje (superior, en el mejor de los casos, al 50%) del coste total de los CLD.

Junto a los datos anteriores también deben señalarse otros, que significan desventajas: impedimento para la obtención de empleo remunerado por la mujer cuidadora; reducción de la jornada laboral; mayor riesgo de pobreza y exclusión social en su edad más avanzada; dificultades para tener derecho a pensión o a ser ésta insuficiente, carecer de años suficientes de cotización; problemas de salud física y mental en los cuidadores, de uno y otro sexo; sobrecarga y estrés excesivos; aislamiento, por no disponer de tiempo suficiente para las relaciones sociales; y otros derivados de los anteriores, como puede ser una inapropiada relación con la persona cuidada, incluidas las diversas modalidades de maltrato.

¿Debe fundamentarse la provisión de CLD en los cuidadores familiares?

Los cuidadores familiares siempre van a existir, unas veces porque lo desean las personas mayores y, no conviene olvidarlo tampoco, porque así lo quieren los hijos, que muchas veces no desean ver a sus padres recluidos en una institución.

No es menos cierto que se debe ir progresando hacia una atención profesional posible de las personas dependientes, para ir ganando en la calidad de la prestación y para descargar, o al menos minorar, la gran carga física y anímica que supone, en muchas ocasiones, la atención a los adultos mayores.

Por otra parte, no conviene olvidar que cada persona dependiente es un mundo.

No es lo mismo atender en el domicilio a una persona que no ha perdido la consciencia que a otra con deterioro cognitivo avanzado, hecho que va a condicionar sobremanera la asistencia entregada. (I)

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