Joseph Napolitan (1929-2013) fue un consultor político estadounidense atento siempre a todos los factores novedosos de la comunicación que influían en la política. Es por ello que no tardó en entender el papel decisivo que jugaría la televisión en una campaña electoral. Y supo aprovechar el poder y enorme potencial que ofrecía este medio de comunicación masiva en pleno siglo XX. Una de sus más de 100 campañas electorales fue la de John Fitzgerald Kennedy en 1960, año en el que se celebró el primer debate electoral; un joven Kennedy -de hecho, el presidente más joven de la historia de Estados Unidos- se enfrentaba a Richard Nixon, quien era vicepresidente de Eisenhower desde hacía ya ocho años. Todo aquel que vio el debate por televisión opinó que había ganado Kennedy (a quien se lo preparó cual actor de cine; incluso se dice que en la mañana del debate tomó el sol para lucir más bronceado). Mientras que los que lo escucharon por radio creyeron que el ganador del debate había sido Nixon, quien, en cambio, subestimó tanto a su oponente como al medio de comunicación que, tal como sabemos hoy, puede hacer que se pierdan unas elecciones con tan solo un mal plano de imagen. Se descubrió, por ese entonces, el poder de influencia que tenía la televisión en las personas, más aún en una campaña electoral donde la construcción de la imagen política y el liderazgo tomaron una relevancia inaudita.
Del fenómeno televisivo han pasado muchos años. Y como en el caso de ese medio, internet también ha supuesto un cambio de paradigma en la comunicación política. Entender esta realidad es el primer paso. Saber aprovecharla, el paso decisivo. La televisión tiene el poder de cambiar las percepciones de las personas y se ha extendido la idea de que la notoriedad que se gana en las pantallas es, en buena parte, la garantía del éxito en las urnas. Pero resulta que buena parte del contenido que vemos en las pantallas es fruto de acciones creadas, diseñadas y compartidas a través de internet, y más concretamente de las redes sociales. Internet no sustituye a la televisión, se han complementado, y ha diseñado un nuevo paradigma donde la reciprocidad en la comunicación puede establecer cambios sociales. Ahora, el poder de lo compartido sustituye a la influencia de lo percibido. Ahora, lo que prevalece también es el poder de la inteligencia de las multitudes. Y es en este punto donde me quiero detener.
Tal y como expone el consultor Ralph Murphine, “la televisión abrió la puerta a un nuevo mundo para los humanos, pero dejándolos parcialmente mudos. Es difícil conversar con un telediario o periódico. Internet está en pleno proceso de restauración de la voz humana, permitiendo una participación activa en el nuevo mundo. Inevitablemente, este cambio está alterando el proceso de pensamiento político y de la comunicación política”. Estamos ante un nuevo modelo de hacer las cosas y de hacer política. Dar primero la palabra, antes de pedir el voto. En una sociedad decepcionada, crítica y muy informada, la política está cada vez más vigilada por los ciudadanos. Y cada vez se participa más en plataformas de carácter social. Sin embargo, estoy de acuerdo con Neil Seeman en que los ‘likes’ en Facebook no se pueden confundir con un cambio real social. En su artículo ‘Don’t Mistake ‘Likes’ on Facebook For Real Social Change’, pone en valor el libro de James Surowiecki, The wisdom of crowds, y detalla el ejemplo del autor donde una multitud en la feria de un condado adivinó con precisión el peso de un buey. Es decir, se acercó más la opinión compartida surgida de la multitud al peso real que la de los expertos. Y aquí está el problema según él, porque Surowiecki hizo esta valoración antes de que existiera Twitter, Facebook y el llamado ‘filtrado social’. Aún hay un gran sesgo en internet, y parte de la multitud la componen bots, trolls y spam; hay cientos de miles de cuentas de perfiles falsos que no ayudan a crear una simetría real de percepción pública. Pero las batallas no se ganan con perfiles falsos: es necesario tener un grupo de ciudadanos comprometidos enfocados en un objetivo común. Y tal y como apunta Seeman, para conseguir la máxima influencia se necesitan todas las opiniones ciudadanas y, para ello, son precisas herramientas online y offline que sean capaces de movilizar a la acción social.
En Manifiesto Crowd, libro que realicé con Juan Freire y que coordinó Ricard Espelt, hablábamos de las ‘tecnologías sociales’, entendiendo que son todo tipo de tecnologías susceptibles de ser utilizadas para el empoderamiento ciudadano y, especialmente, para el desarrollo autónomo de proyectos colaborativos. Pero, por otro lado, David Runciman, en el capítulo ‘Tecnología’ de su libro Política, apunta que “en la actualidad, aunque puede que no por mucho tiempo, la difusión de la tecnología ha contribuido a contener las demandas de transformaciones políticas de gran calado. ¿Quién va a querer una revolución política cuando ya disfruta de una tecnológica?”. Esta es la traducción misma del poder de la gente. Sin embargo, añade que “en ocasiones, la tecnología puede mitigar las consecuencias del fracaso de un Estado, pero nunca puede remediarlas del todo. Para eso hacen falta Estados que funcionen. A la postre, la política es lo único que puede salvarnos de la mala política”.
Pero, en la actualidad, ¿quién hace la política? ¿Qué multitud es la protagonista de los cambios sociales? ¿Qué emplea la multitud para agilizar esos cambios? ¿Quiénes están tomando decisiones rápidas y a tiempo? “Las redes sociales hacen que sea más fácil para los activistas expresarse, y más difícil que esa expresión tenga un impacto. Los instrumentos de las redes sociales están muy bien preparados para hacer que el orden social existente sea más eficaz. No son un enemigo natural del statu quo”, según dice Malcom Gladwell en su artículo ‘La revolución no será twitteada’.
Hay una generación que espera. O dos. Se trata de la generación millennials y la generación Z, que viven con la mirada puesta en el teléfono móvil y preocupadas por su futuro. Son generaciones cada vez más autónomas y organizadas que, inevitablemente, viven en red. Tienen las condiciones naturales para acelerar y facilitar los procesos de transformación. La cultura de la participación toma más importancia que nunca. La tecnología avanza al tiempo que los instrumentos de participación se vuelven más pequeños, más… móviles. El éxito pasará por entender internet y la tecnología como un éxito social en la medida en que se aproveche la inteligencia de la multitud para una mejor gobernanza. (O)