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El Telégrafo

Reflexión dominical

No nos olvidemos de Haití

Reflexión dominical
02 de marzo de 2014

Un hito que pocos recordarán en 2014 es el 10º aniversario de la presencia de la Misión de Paz de las Naciones Unidas en Haití, y el cuarto aniversario del devastador terremoto que agravó aún más la ya frágil situación de ese país, el más pobre de América Latina.

Grandes crisis políticas y económicas aunadas a catástrofes naturales pueden colocar a los países en los titulares de la prensa internacional y capturar, durante algún tiempo, la atención de los gobernantes. Pero más tarde, principalmente si se trata de un país pobre y periférico, sin importancia en el escenario geopolítico global, los reflectores se van apagando, las noticias se tornan menos frecuentes, cesa el clamor de solidaridad y la mayoría de las promesas de apoyo se olvidan.

Esto es resultado de una dura realidad: la reconstrucción de las regiones afectadas y la solución real de los problemas de sus poblaciones no puede ocurrir, claro está, con la misma rapidez con que se propagan las noticias por la Internet y la televisión. Se requiere una labor paciente y continua, con inevitables altibajos a lo largo de años, que va mucho más allá de la mera ayuda humanitaria inmediata. Esto presupone un serio compromiso ético y político por parte de los países implicados.

Es importante recordar que, durante el primer semestre de 2004, Haití sufrió una gravísima crisis política que culminó con la caída de su primer presidente elegido democráticamente, Jean-Bertrand Aristide. En la lucha por el poder entre diversos grupos armados, la población civil padeció terribles consecuencias. La violencia y los atentados contra los derechos humanos se generalizaron; pandillas de delincuentes empezaron a atacar al azar en las calles en Puerto Príncipe, apoderándose de edificios y dependencias públicas. Algunos de los principales barrios de la capital, como Bel-Air y Cité Soleil, se vieron completamente dominados por facciones criminales. En términos prácticos, el Estado democrático entró en colapso, incapaz de garantizar condiciones mínimas de seguridad y estabilidad para que el país continuara funcionando.

A pedido del gobierno haitiano, y amparada por una resolución de su Consejo de Seguridad, la ONU decidió enviar a Haití una Misión de Paz y Estabilización - la MINUSTAH. Un general brasileño comandó la fuerza militar de la Misión, integrada por soldados de 51 países, en su mayoría sudamericanos.

Brasil y sus vecinos aceptaron la convocatoria de la ONU por un imperativo de solidaridad. No podíamos ser indiferentes ante la crisis político-institucional y el drama humano que vivía Haití. Y lo hicimos convencidos de que la tarea de la MINUSTAH no se limitaba a la seguridad. Tenía que ver también con el fortalecimiento de la democracia, la afirmación de la soberanía política del pueblo haitiano y el respaldo al desarrollo socio-económico del país. La actitud respetuosa de las tropas -de genuina cooperación con la población local- se ha convertido en su marca registrada.

Hoy, gracias a la labor de la misión, la situación de seguridad es totalmente distinta: se neutralizaron los riesgos de guerra civil, se restableció el orden público y las pandillas fueron vencidas. El país se ha tornado más estable y el Estado reasumió el control de todo el territorio nacional. Asimismo, la MINUSTAH ha ayudado a equipar y entrenar una fuerza haitiana de seguridad.

Gradualmente, las instituciones democráticas han vuelto a funcionar y se consolidan día tras día. Ya en 2006 se realizaron elecciones generales en Haití, con la participación de un amplio espectro de sectores políticos e ideológicos. Sin la menor interferencia en la disputa electoral, la MINUSTAH garantizó la tranquilidad del proceso y que prevaleciera la voluntad popular. El presidente electo, René Préval, pese a numerosas dificultades, pudo cumplir integralmente su mandato y, en 2011, le transfirió el cargo a su sucesor, Michel Martelly, también escogido por el pueblo.

Durante esos años, Haití ha logrado grandes progresos en la esfera humanitaria y social que hoy continúan, si bien persisten aún enormes retos. Por supuesto, el terremoto de 2010, con todos sus efectos devastadores, afectó algunos de los esfuerzos anteriores y generó nuevas necesidades. No obstante, la población sin techo, de acuerdo con un informe de la ONU de 2013, disminuyó de 1.5 millón de personas a 172 mil. Tres de cada cuatro niños ya asisten regularmente a la escuela elemental. La inseguridad alimentaria se redujo drásticamente, y se está enfrentando el flagelo del cólera.

Las tres veces que visité Haití fui testigo de la capacidad de resistencia y de la dignidad de su gente. El 2004 la selección brasileña de fútbol disputó, allí, un juego amistoso con el equipo nacional haitiano en el marco de una campaña contra el desarme. Aún hoy me conmuevo cuando recuerdo el cariño con que el pueblo haitiano recibió a nuestros atletas.

Además de su participación en la MINUSTAH -a la cual aporta el contingente más grande de soldados- Brasil ha colaborado intensamente con el pueblo de Haití en el área social. Con recursos propios o con la colaboración de otros países, implantó una serie de programas que incluyen campañas nacionales de vacunación, apoyo directo a las pequeñas y medianas empresas y a la agricultura familiar, así como proyectos relativos a alimentación escolar y formación profesional de los jóvenes.

Entre otras, hay tres iniciativas brasileñas por las que siento particular entusiasmo. Una es la construcción, con la colaboración de Cuba y del mismo gobierno haitiano, de tres hospitales comunitarios de referencia, para atender a las capas más pobres de la población. La otra es un proyecto innovador de reciclaje de residuos sólidos, elaborado y ejecutado por el grupo IBAS (India, Brasil y Sudáfrica), que contribuyó a la limpieza urbana y, al mismo tiempo, genera energía y crea puestos de trabajo. Esa iniciativa incluso fue premiada por la ONU. La tercera es la construcción de una planta hidroeléctrica en Río Artibonite, que, sin dudas, constituirá un salto histórico en la infraestructura del país, ya que permitirá que Haití reduzca su dependencia de la importación de petróleo. La población tendrá más acceso a la electricidad y se podrán desarrollar la agricultura y la industria. Se trata de un emprendimiento para el cual Brasil ha elaborado los proyectos de ingeniería y donado 40 millones de dólares (casi la cuarta parte de su valor total) que se encuentran depositados en un fondo específico del Banco Mundial, esperando que otros países completen los recursos necesarios para ejecutar la obra.

Algunos países desarrollados también han apoyado activamente la reconstrucción del país. Estados Unidos, por ejemplo, ha invertido considerables recursos en varios proyectos económicos y sociales, como el polo industrial de Caracol, al norte del país.

Lamentablemente, sin embargo, no todos los que se comprometieron con Haití han cumplido sus promesas. Para ser francos, la mayoría de los países ricos ha ayudado muy poco. El volumen de ayuda humanitaria está disminuyendo y algunas entidades de cooperación han empezado a retirarse del país.

La comunidad internacional no debe reducir su solidaridad a Haití.

En 2016 deben realizarse las próximas elecciones presidenciales en ese país. Será el tercer presidente elegido democráticamente. Pienso que este momento debe constituir un hito en el proceso inicial, que iniciamos hace una década, de devolver al pueblo haitiano la responsabilidad plena por su seguridad. Pero eso solo será posible si la comunidad internacional mantiene - y, de ser necesario, amplíe - los recursos financieros y técnicos destinados a la reconstrucción del país y a su desarrollo económico y social. Debemos sustituir cada vez más la vertiente de la seguridad por la vertiente del desarrollo, lo cual implica una cooperación más amplia, ahora con nuevos propósitos. Este es un buen momento para que las Naciones Unidas convoquen a una nueva Conferencia sobre Haití donde se discuta abiertamente lo que se ha hecho en estos diez años y lo que debe hacerse hacia el futuro.

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