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El Telégrafo

En los pobres de África reside la oportunidad de un continente que se levanta

30 de junio de 2013

Son muchas las buenas noticias que llegan de África, pero muy poca gente en el resto del mundo está al tanto de ellas.

Las noticias que nos llegan a casi todos, cuando podemos obtenerlas, son generalmente negativas y presentadas en estereotipos. Pero si las vemos con una mirada seria y sin prejuicios, será evidente que está surgiendo una nueva África.

En la nueva África, el Producto Interno Bruto ha crecido a un ritmo de casi 5 por ciento anual desde hace más de una década. A pesar de la crisis financiera internacional, este año se espera un crecimiento similar en todo el continente, con una inflación controlada. De los 10 países de todo el mundo que han crecido más rápidamente en los últimos años, siete son africanos.

La así llamada clase media africana ahora supera los 300 millones de personas, de una población de unos mil millones. En la mayoría de los países se han mejorado uniformemente los índices de salud, así como el acceso a la tecnología: el continente cuenta con más de 700 millones de teléfonos celulares y más de 100 millones de africanos tienen acceso a Internet.

También la democracia avanza a grandes pasos. Desde 2011 se han celebrado por lo menos 26 elecciones presidenciales y legislativas en África. Los africanos insisten en su derecho a elegir a sus propios dirigentes y a participar activamente en el establecimiento de las políticas públicas.

A pesar de los problemas que aún enfrenta, África está superando la devastadora herencia del colonialismo y de las disputas entre las grandes potencias durante la Guerra Fría. Cada vez más se convierte en un continente de paz y progreso.

Yo viajé a 26 países africanos como presidente de Brasil para expandir las relaciones políticas, económicas y sociales. En los últimos diez años, las alianzas de Brasil con países africanos se han ampliado y diversificado. Desde que dejé la presidencia he visitado 10 países del continente por invitación de sus respectivos presidentes y de la Unión Africana. He debatido sobre los problemas con jóvenes, ejecutivos y dirigentes sindicales, así como con funcionarios de dependencias del gobierno y de agencias de desarrollo.

Los dirigentes africanos están conscientes de que deben refutar el razonamiento absurdo, recesivo y excluyente de muchos de los países llamados “desarrollados”. En lugar de reducir las inversiones, despedir trabajadores y rebajar salarios y prestaciones de retiro, contrayendo con ello el crédito y el consumo, casi todos los países africanos han adoptado políticas que fomentan la inversión, generan empleos y promueven los mercados internos.

La Unión Africana, que acaba de celebrar su 50º aniversario, tiene razón: ahora es el momento de ser audaces, no pasivos. Es el momento de la solidaridad entre las naciones, no de que las economías fuertes presionen a las débiles.

África lleva de nuevo las riendas de su propio destino. No quiere ser guiada por otros, ni lo será. Lo que quiere África es promover la inclusión social y mejorar el bienestar de sus pueblos sin interferencia política o militar de países extranjeros. África quiere autosuficiencia en materia de nutrición e independencia en energía. Quiere construir una infraestructura que permita el florecimiento de un comercio y una industria que redunden en la cooperación entre sus países.

Es por eso que cobra una importancia enorme el Programa para el Desarrollo de Infraestructura en África, aprobado recientemente por los 54 países de la Unión Africana. Esta iniciativa, cuyo lema es “interconectar, integrar y transformar un continente”, proyecta invertir más de 360.000 millones de dólares para 2040 en proyectos que se centran en energía, saneamiento, transporte, riego y comunicaciones.

Cuando la Unión Africana presenta una iniciativa de esta magnitud demuestra la seriedad de quienes no se desesperan ni desmayan al enfrentarse a una crisis.
Yo aplaudo tal audacia. Y les digo a mis amigos africanos que espero que esa audacia sirva para erradicar el hambre. El hambre sigue siendo uno de los males más graves del mundo, especialmente en África. La lucha contra el hambre y la pobreza es vital para el surgimiento de esa nueva África.

La pobreza y la miseria no son leyes de la naturaleza. No hay escasez de alimentos y existe la tecnología para incrementar su producción. No hay razón para aceptar que casi 1.000 millones de seres humanos –239 millones de los cuales viven en África, según las Naciones Unidas– sigan padeciendo hambre y desnutrición día tras día.

En 2003, cuando asumí la presidencia de mi país, tenía la convicción moral y política de que era necesario atacar el hambre y la pobreza con vigorosas políticas gubernamentales. Ahora estoy seguro, basado en la experiencia, de que es posible erradicar el hambre en todo el mundo.
Con la tecnología adecuada, no me cabe duda de que en los próximos años el continente dará el mismo salto que dio Brasil en materia de agricultura. Los estudios de Embrapa, el instituto brasileño de investigaciones agrícolas, de propiedad estatal, muestran que la sabana africana es muy parecida al “Cerrado” brasileño, que es hoy nuestra mayor reserva de granos. Estoy seguro de que, en muy corto tiempo, África podrá alimentar a su propio pueblo y aun exportar granos, carne y biocombustible a todo el mundo.

La lucha por acabar con el hambre y la pobreza no es tan solo un imperativo moral en cualquier democracia digna de ese nombre. La inclusión social genera empleos e impulsa el crecimiento económico.

Otros países han seguido un camino semejante. Estuve en México, por invitación del presidente Enrique Peña Nieto, para el lanzamiento de la cruzada nacional contra el hambre. Se han adoptado programas de transferencia de ingresos en países tan diversos como la India y Ecuador. Me dio mucho gusto enterarme, a través del primer ministro de Haití, de que un nuevo programa en su país proporcionará prestaciones a 800.000 personas, casi el 8 por ciento de la población.

En Brasil, ninguna cifra revela mejor el éxito de esta estrategia de invertir en los pobres como los 20 millones de empleos que se crearon en el sector de la economía formal en los últimos diez años; 36 millones de personas fueron sacadas de la extrema pobreza y 40 millones más entraron en la clase media.

Estoy convencido de que la inversión en programas sociales, la producción agrícola y la infraestructura en África crearán millones de empleos y de consumidores, impulsando la demanda de productos y servicios y contribuyendo a que la economía mundial vuelva a crecer de manera sustentable.

A finales de junio, la Unión Africana, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y el Instituto Lula patrocinarán una reunión de alto nivel en Addis Abeba, Etiopía, para analizar la seguridad alimentaria en África. Nuestra meta es fomentar la cooperación entre los gobiernos y las organizaciones civiles en la lucha contra el hambre.

Pero solo tendremos éxito si los gobiernos de todos los países se comprometen, de una vez por todas, a considerar a los pobres en su presupuesto. Financiar programas para los pobres no es un gasto, sino una inversión de grandes rendimientos para el propio pueblo del país.

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