Con el asesinato de Muamar el Gadafi, luego de un bombardeo de la OTAN en la ciudad de Sirte, Libia cierra un capítulo de su historia que en 1969, luego de un golpe de Estado, traspasó el poder a quien, hasta ayer, fue su líder.
La filosofía política del coronel, desarrollada a finales de los 60, se fue construyendo en torno a la misión de guiar al pueblo árabe hacia un mundo justo y equitativo. En 1977 abolió la Constitución, proclamó la revolución popular y cambió el nombre del lugar por el de Yamahiriya, que significa “república de las masas”, por las asambleas de base en las que una administración de comités populares, constituidos según criterios geográficos (barrios y pequeñas poblaciones), expresaba la opinión de los ciudadanos.
La expresión nacional de estos núcleos era el Congreso General del Pueblo (CGP), aparentemente el órgano legislativo del país, a pesar del control de los comités revolucionarios que agrupaban a quienes guardaban el ideal revolucionario y eran las bases, en el plano político. Estos principios constan en el Libro Verde, tan popular en los 60 como el Libro Rojo de Mao. En Ecuador se difundió entre intelectuales de izquierda y jóvenes estudiantes universitarios, quienes admiraban la idea de una tercera vía revolucionaria, algo parecido a una cuña entre el capitalismo y el socialismo, concepto que se refería a la democracia directa y descentralizada -la naturaleza del Estado-. El ideal del socialismo partía de la acción del Gobierno para asegurar vivienda a todos, sin participación de estructuras estatales, porque no existían.
Ahora, su desaparición demanda la construcción de estructuras democráticas y estables para desmontar el aparato político que dio paso, con el tiempo, a un manejo familiar, unilateral y cerrado. Frenar el desorden sin escuchar a los líderes de las bandas armadas, así como a los “barones” del petróleo mundial, replicará otras experiencias en las que EE.UU. fue el gran perdedor, como en Irak y Afganistán.