Que lo malo no está en robar, sino en llevarse solo. Ser “comesolito”. Formas de juzgar, descarada complicidad.
Una vieja historia. Se cuenta que un gobernante, cuando se le juzgaba la conducta de un colaborador suyo, tan cuestionado, al ser juzgado dentro de la Comisión de Disciplina, salió en su defensa: “Cierto que robó, pero compartió con el partido también”. Y comparó con otros funcionarios suyos, también corruptos, pero con un agravante mayor: se tragaron solos, no compartieron con el partido ni sus coidearios: “Eso es reprochable”, dijo el máximo dirigente político. Y siguió confiando en él en sus funciones.
De eso se presencia siempre. Los más cuestionados, más favorecidos, hasta ascienden. Con ese argumento, hace años, un partido de izquierda, cuando se le probó que un diputado suyo traicionó los principios al apoyar a un gobierno neoliberal en su política privatizadora, a cambio de “recursos para obras en la provincia” -forma como se compraban y se vendían diputados- los dirigentes, en vez de juzgarlo y expulsarlo, le libraron con el argumento: “Son formas pragmáticas de obtener recursos”.
André Wurmser, escritor francés, confesó ser comunista por odio al odio. Y se lamentó de dos cosas: 1) de no haberse casado antes con la esposa que tenía -como cosa rara de casados no arrepentidos-; y 2) de no haberse hecho comunista más pronto.
Ingresó al partido comunista francés cuando los fascistas alemanes avasallaban su país. Le preguntaron:
-¿Por qué es usted comunista, señor Wurmser?
-Por odio al abyecto poder del dinero. Porque actúa en perjuicio de la mayoría de los hombres. Porque este poder frena el desarrollo de la humanidad. Porque a manos de los dueños del dinero va a parar una parte cada vez mayor de las riquezas sociales, producidas por el trabajo y solo por el trabajo. Porque, finalmente, el dinero, para afirmar su poder, engendra de día en día y hora tras hora la miseria, la humillación del hombre, el paro forzoso, la guerra y el odio.
Lo central es que un comunista, o sea, uno de izquierda, revolucionario, no puede pensar en acumular dinero, peor atracar fondos públicos, porque eso va en contra de la moral y ética revolucionaria. Se entiende que tiene como principios la equidad, la justicia, la redistribución de la riqueza, y no busca beneficios particulares a costa del resto. Un capitalista acumula fortuna explotando a sus trabajadores, pero como se dice: robo legal; peor es aprovechándose de fondos públicos, robando a la sociedad, al Estado -que somos todos-.
No siempre es culpa del gobernante tener colaboradores codiciosos, inmorales, corruptos, en eso no radica el mal, lo peor es seguir confiando en ellos, sabiendo de esa miserable condición. Cuidado que hay pueblos que se cansan, más si se ofreció combatir esa plaga humana, que no basta con juzgar los actos de otros. Por ejemplo, cuando fue a la reelección Lula da Silva en Brasil, de ser favorito para ganar en una sola vuelta, una parte de sus seguidores le quiso aleccionar, negándose en votarlo, por la corrupción de sus colaboradores, hasta que tome enmiendas, y en la segunda vuelta ya le dieron el apoyo, y ganó.
Al revolucionario se le puede permitir muchos errores políticos, pero la deshonestidad y el robo jamás. Y si se invoca a grandes personajes de esta estirpe, no solo es por sus dotes de adalides de la lucha política, sino por su ética, viene bien el aforismo de Eloy Alfaro. “Donde impera la desmoralización y el robo, es imposible la República”. Porque, según el “Viejo Luchador”: “Las primeras víctimas de la desmoralización política son la libertad y prosperidad públicas”. Buena advertencia.
Que haya falsos profesionales, es un pecado leve; lo grave y repugnante es que haya falsos éticos, falsos revolucionarios (y hay cantidad de derechosos tomados un movimiento llamado de izquierda), pensando en hacer fortuna lo más pronto posible, como sea, y ser los nuevos ricos, los nuevos miembros de la clase dominante.
Al diablo “la pasión por la patria”, por tantos que solo sienten “la pasión por la plata”.
Atentamente
Ernesto Tapia
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