La pandilla crece en el desamparo
La adolescencia es, como sabemos, el paso de la niñez a la adultez y, por convención, va de los 12 a los 17 años, pero puede comenzar antes y concluir después. Es una etapa de bruscos cambios, físicos y sociales, y de búsqueda y aprendizaje, en la que el entorno familiar deja de ser el principal referente, para dar paso a la fase social, conformada por amigos y compañeros.
Se cuestiona la autoridad, ejercida por padres, profesores y adultos, pues en la búsqueda de afirmación personal hay una relativización del orden social. Al final se tiene a individuos integrados, reproductores de la ideología y la cultura imperante, que admite cambios generacionales.
Cuando no existe la oferta de integración espiritual y material (educación, deporte, recreación, cultura, trabajo digno para los padres), como es el caso de Imantag, se da una suerte de integración negativa, que puede llegar a conductas destructivas y delincuenciales.
En Imantag todo pasa por el tema económico y la pobreza crónica, debido a la crisis del campo. Los adolescentes asumen roles laborales para obtener ingresos, rompiendo la tradición indígena donde las actividades dentro del hogar son de aprendizaje y retribución.
El adolescente asalariado se vuelve “independiente”, se manda a sí mismo. El problema se agudiza con la emigración, fuera de la vista de padres y comunidad. Desempeñan actividades sin calificación, siendo víctimas de explotación y racismo.
En este ambiente de desamparo, en los barrios marginales de las ciudades, fecunda la protección de la pandilla. El fomento del deporte es una alternativa que ayuda a que se tracen nuevos objetivos y se aproveche de manera positiva el tiempo libre.