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Los habitantes de la comunidad también viven de la agricultura

En Pepa de Huso mantienen la tradición del tejido del sombrero grueso de paja toquilla

Uno de los habitantes de Pepa de Huso que elabora sombreros gruesos de paja toquilla es Cenovia Espinal. A sus 73 años continúa con la actividad.
Uno de los habitantes de Pepa de Huso que elabora sombreros gruesos de paja toquilla es Cenovia Espinal. A sus 73 años continúa con la actividad.
Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
07 de febrero de 2016 - 00:00 - Redacción Regional Manabí

La claridad del día apenas ingresa a la casa de Cenovia Espinal. La mujer, de caminar lento, avanza a la puerta y la abre sin desconfianza. No importa que sean extraños quienes quieren hablar con ella, de inmediato sonríe y se muestra atenta a los visitantes.

Con el pasar de los años, su cabello se convirtió en gris plateado y sus manos se llenaron de arrugas, testigos físicos de su edad, 73 años. Desde los 15, son cientos los sombreros gruesos de paja toquilla que ha tejido.

Desde su adolescencia ya acomodaba la horma en la que iba hilando el producto que es el referente de Pepa de Huso, comunidad rural del cantón Montecristi.
Esta actividad se arraigó en la mayoría de habitantes y muchos mantienen la tradición, sobre todo los adultos mayores.

Cenovia no suelta la paja toquilla. En la horma heredada por su madre hace 6 décadas acomoda el material todos los días para entrelazar sombreros en su vivienda, que se levanta en el sector Corazón de María.

Son 30 los días que toma para hacer uno. Ella se demora porque sus ojos no tienen la misma lucidez de antes. Por ello cuida con atención cada detalle. Por el momento tiene listos 3: una pavita (tipo playero) y 2 normales, los que espera vender en los próximos días. “Me pagan a $ 15 cada uno. Una persona que viene de Picoazá de Portoviejo los adquiere, además nos provee de la paja a todos quienes nos dedicamos a este oficio aquí en Pepa de Huso”, dice.

Mientras 3 de sus hijas escuchan su relato, la longeva menciona que ellas también  aprendieron el oficio. Una de ellas es María Anchundia, quien por el momento ha dejado de  lado el arte de tejer por sentirse enferma. “Mi mamá me enseñó y aprendí rápido”, cuenta.

Mercedes Santana es otra de las moradoras de la comunidad que se suma a la lista de los tejedores. A sus 74 años relata que ya ha dejado de entrelazar las hebras de la paja. Eso fue exactamente en 2011.

Resume que esta comunidad se mantenía del tejido del sombrero. También le ha enseñado el legado de los montecristenses a sus hijos, tal como aprendió ella de sus padres.

En la tranquilidad que hay en las calles de Pepa de Huso va caminando Ursulina Santana. Se muestra contenta luego de haber vendido un sombrero que elaboró en un día. Lo vendió a $ 6, dinero que le servirá para gastos de su casa. Entre sus manos lleva un mazo de paja para tejer que compró a un portovejense a $ 2 para comenzar un nuevo producto.

“Puedo decir que aquí casi todas sabemos tejer y lo hacemos en el momento en que estamos desocupadas”, explica al tiempo que su vecina Fátima Parrales, de 34 años, resalta que los jóvenes también saben de este arte. En otras localidades de Montecristi, como por ejemplo en Pile, prima el tejido de paja para sombreros, pero fino.

Filadelfia Anchundia (64) no es dirigente del sector, pero quienes habitan la jurisdicción tienen muy en cuenta sus decisiones. Confiesa que le gusta coordinar acciones para apoyar al mejoramiento de la comunidad. Ella es otra mujer cuyas manos conocen a la perfección el entrelazar la paja toquilla.

Le gustaba elaborarlos con hebras más finas. “Tejía bonito, lo bueno es que esta tradición se ha conservado en las familias del lugar”, lanza.

Pepa de Huso es uno de los pocos lugares donde se mantiene el tejido grueso. En Montecristi predomina el tejido fino. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo

Un anhelo de Filadelfia es ver las calles lastradas y el alcantarillado en esta comunidad de tejedores, agricultores y gente trabajadora. “En el Municipio nos han indicado que van a trabajar en esos temas, aunque conocemos que están  bajos de recursos. Hay que esperar,  pues cualquier momento llegará el apoyo”, detalla.

Los tejedores mencionados concuerdan en que la localidad tiene un pasado agrícola, en el que “se sembraba de todo y se producía para la comunidad y hasta para vender”.

En la actualidad se produce en la tierra, pero lo cosechado no alcanza para la población local. La actividad que se mantiene es la cría de pollos, chanchos y chivos.
Jesús Anchundia es uno de los habitantes de la localidad que dedica sus días a la agricultura, pero los tiempos cambiaron.

Desde su casa, ubicada en un sector alto de Pepa de Huso, señala a lo  lejos su finca, en la que con las primeras lluvias de enero sembró 2 hectáreas de maíz, con la esperanza de cosechar algo. La situación ha sido negativa para Jesús, debido a que ya son 5 los años en los que ha perdido todo lo sembrado.  

“Yo he invertido sin recuperar. En 2015 perdí $ 200 solo en sembríos. La verdad es que la lluvia es de gran felicidad para todos aquí, como las precipitaciones de hace 15 días, que esperamos continúen”, señala el hombre.

Insiste en que los inviernos no son como antes. La lluvia se ha ausentado. “Se cosechaban habas, fréjol y otros; pasábamos tranquilos sin salir. En mi hogar somos 7 y con eso nos solventábamos. Ahora debemos ir a otros cantones a conseguir productos para comer”, dice.

Enseguida tuvo otra alternativa que era la construcción. “Me hice  albañil. Construyo donde me lleven”, refiere Anchundia, quien tiene un vecino que es quien lo contrata cada vez que hay obras por levantar.

En Pepa de Huso se ve movimiento desde las 05:00, pues hombres y mujeres salen a trabajar a cantones aledaños. La mayoría se dirige a fábricas.

Kléver Delgado es otro habitante que vive en la parte final de Pepa de Huso, que lindera con La Sequita. Como Jesús, también ha plantado maíz. Espera que en estos 3 meses llueva para que haya producción, ya que en 2015 no cogió nada. “Hasta la semilla se me perdió”, dice.

Para él la agricultura “no se ha perdido del todo, sino que no ha habido inviernos fuertes”. “Ruego a Dios que haya precipitaciones, más cuando he sembrado 2 hectáreas”, agrega.

Dice que tiene alternativas para ingreso en el hogar. Corta montes, cría animales como chanchos, gallinas y chivos. De estos últimos tiene 4, los que están valorados para la venta entre $ 80 y $ 100. Comenta que están bien criados y llevan una alimentación con maíz y además hierbas. En la casa de Kléver también aporta su esposa Josefa Espinales, quien además de trabajar en fábrica es la partera de la localidad.

El hombre indica que en el entorno del lugar que habitan faltan obras. Se necesita el arreglo de la carretera. “Hay mucho bache”, expresa. Otro de los problemas que  desagrada es que falla la energía eléctrica. “Estoy haciendo un pedido desde hace 3 meses para que se cambie un poste de energía que está inclinado”, señala. (I)

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