Rodrigo Vera Acajo mundo
El primer libro de Rodrigo Vera Cubas (Lima, 1987), Acajo mundo, fue editado por el sello La Crema el año pasado. En sus poemas las palabras, como la trayectoria de los átomos que calculó Lucrecio, se desvían del punto de fuga que conjuran los ojos del buen dios del orden. «La cuchilla del horizonte está gastada», reclama el poeta, casi a los gritos, y se hace caso. Así que se prescinde del favor de ese dios, se deja dicho: muchas gracias, pero no nos hace falta.
Esta desviación no es como la materia infinitesimal espontánea, sino estratégica. Obcecada, de hecho: diríase que está resuelto, Cubas, a desorientarnos y a presentarnos de repente un chispazo de sentido legible. Como si, corriendo en desenfreno los lectores por el bosque frondoso de su poesía, una rama baja nos golpeara la frente sin previo aviso, obligándonos a detenernos. Así, encontramos líneas como: «Cosas tan estúpidas me decía/ Que no tuve tiempo de corregirlas/ Pero tuve razón».
«¿Qué es lo que suena, sino el piano oscuro/ De lo que casi suena?». Aquí la poesía es música y velocidad específica, y una mano tendida sin titubeos hacia la tradición de esa libertad total a la que abonaron poetas como Mallarmé y Vallejo. Palabras como piedrazos. Y es que Cubas ya sabe que «adentro de las piedras se evaporan los ángulos».
Esta es la báscula mecánica
Que se explaya en el caudal del fondo
A nueve mil leguas terrestres
Por debajo de lo que algunos pisan [inexorablemente]
Por decir un gato doméstico entre seres cotidianos y otras cosas medianas
Un bebe fino
Un clavo de olor
Un papelito de hule
O la yerba micótica que crece horrenda en superficies blandas
Esta es la báscula electrónica en cuyo muelle elástico
Se calibra el peso de la araña
Se modifica la velocidad de la lluvia
Se propulsa el motor de los temblores
Y los montes serranos cuajan resplandecientes
Al pie de una tecnología parecida a un ganglio
Esta es la báscula que mide a las personas húmedas
Por su peso
Y pesa a las personas secas
Por su llanto
[La matriz de acero que se inunda
Es también la que gravita
Y se esfuma tierna y fugaz ante lo Ancho]
Sola la velocidad eclipsa el hilo obeso de la técnica
[Que desciende aquí sobre tu ojo]
Sola la velocidad oculta
Motores ganglios
Lluvia
Soledad
Esta es la báscula que empoza el derrumbe
El ruido germinal de los afueras
Plañido quieto en los intersticios
Del monte oculto
¿Es el engranaje oxidado
De lo que en la noche se ensambla?
¿La niebla muerta entre los chorros fluviales?
¿El roble que cae y desafina
Lo que ondea en la hojarasca?
¿El eco de lo que en otro monte calla?
¿Qué es lo que suena, sino el piano oscuro
De lo que casi suena?
Aquí hay un mundo con flecos de inaudible trama
Pero yo he llegado al monte
Pero he llegado para hablar
Cerca
En el hueso velludo del silencio
el peso me cuerpa el peso
me cuerpa
Y orugo raudo el movimiento
Me disuelvo nudo al hablar
Ese caldo vocal
Humeante
Me cuerpa
No me exprime aún
Hace de mí un guiñapo mojado
Una playa de baba
En donde cuerpa el oleaje
Y la marea labrada en punta
No roza
No araña
No humedece
Esa grandísima cúpula de aliento
En cuya agua
Yo me atoro
Y en cuyo fierro
Me algarrobo entre la encía
Y el eco hipotético del diente
Me enternezco después sagrado
Vomito en tardes Odas
Pichones
Alimañas
Óxidos Pigmentos
Amarillos
Espesuras de abdomen
Que cuerpan el paisaje
Me lo hieden lo abollan sin asco
Sin clemencia
[Aquí es donde uso gasas para parchar algunos huecos]
Aquí es donde desollo la cuota epidérmica del callo
Y digo: ¡huesos!
Me quedo con los huesos
Me quedo Con
La osamenta del murmullo en su cúpula caliente
Y el embrión calcificado de esta voz
En cuyo centro
El farallón relumbra y cae
Y
cae
Ante esta amígdala sana
Que ahora se conmueve
Pero luego masca alegre
Su inmundicia