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Enfoque

Mi encuentro con Rodolfo Hinostroza

Mi encuentro con Rodolfo Hinostroza
05 de diciembre de 2016 - 00:00 - Nana de la Fuente, escultora

No hubiera pensado que iba a nacer una amistad tan cercana en la recta final de la vida de este gran poeta. Nos conocimos pocos meses antes de que partiera, por Facebook, donde suelo publicar poemas, obras de arte y frases de escritores y filósofos. Hubo química entre los pensamientos de ambos. Me comentó que le entusiasmaba mi obra escultórica y me ofreció escribir la presentación de mi próxima exposición, lo que me halagó sobremanera. Solo después de unos meses, nos pudimos conocer personalmente y comenzamos a charlar por largas horas, en repetidas ocasiones, que se hicieron cada vez más frecuentes. En una de estas conversaciones le propuse que en vez de escribir la presentación para una muestra mía, debíamos hacer un proyecto juntos, uniendo la poesía con la escultura; así fue como nació el proyecto El poema más bello.

Este consistiría en partir del poema de Stéphane Mallarmé ‘Un golpe de dados jamás reemplazará el azar’. Se trataba del poema perfecto, el «libro perfecto», se consideraba como el mejor poema francés del siglo XIX, aunque sería mejor decir el ‘primer poema del siglo XX’, ya que abre lujosamente las puertas a la Poesía de la Modernidad, según palabras del propio Rodolfo.

¿Cómo se podían conjugar la poesía y la escultura? Ese era el reto. Mallarmé, en los últimos años de su vida, se había dedicado obsesivamente a escribir el «libro perfecto» cuya ejecución puntual y verdadera se describía en un folleto titulado ‘A propósito del libro’, publicado poco antes de su muerte, en 1898. Explicaba cuántas páginas debía tener este mítico libro, qué formato, qué tipografía, qué papel y de qué gramaje, qué carátula, cómo y por cuántas personas debería ser leído ante el público, y cuántas personas deberían a asistir a esa lectura. Porque el «libro perfecto» no podía ser otra cosa que un libro de poemas —¡qué duda cabe!— que contuviese en sus páginas toda la belleza y la sabiduría del mundo.

Con esta descripción del poema, hecha por el mismo Rodolfo, partiríamos para hacer una exposición plástica y escrita: esculturas realizadas en forma de letras, en madera con acabados de pan de oro, de estilo minimalista y el poema en partes, con letras grandes en su formato original y repartidas en una sala de manera que abrazara al espectador una atmósfera mágica. Las personas serían guiadas a través de un recorrido, no muy largo, con escritos del propio Rodolfo, con esa inspiración ágil y perfeccionista que él sabía manejar magistralmente con la pluma.

El proyecto quedó postergado por la enfermedad que aquejó a Rodolfo cuando comenzaba noviembre. No se sentía del todo bien, me decía, no se sentía inspirado para escribir el guion que debíamos presentar a una sala de exposiciones. ¿Quién mejor que él para redactarlo? Así que decidí esperar.

Las ideas estaban bastante claras, solo tenía que darle forma en un guion que no pudo concretarse. Habíamos pensado en la posibilidad de integrar a un pintor al proyecto para cerrar el conjunto de pintura, escultura y poesía. La espera por la mejora de su salud se cerró; pero la idea de concretarlo se mantiene viva. Es un hermoso proyecto que espero poder retomar con su viuda, Ingrid. Ya he tomado contacto con ella, la compañera que estuvo a su lado por cuarenta años, apoyándolo en sus grandes proyectos y sueños que aún quedaban por realizar. Rodolfo estaba lleno de ellos. Después de un duelo natural y de dejar pasar un tiempo para reponernos de su tan inesperada y pronta partida, volveremos a darle una mirada a El poema más bello.

Rodolfo demostraba una gran sensibilidad para las artes visuales. Aparte de su talento innato para la literatura, fue amigo de muchos artistas plásticos y tuvo gran cercanía escribiendo presentaciones para catálogos y muestras personales: «no escribo sobre la obra de nadie que no me atraiga ni me motive verdaderamente», me repetía, y dicho esto me dio una serie de consejos y sugerencias para afianzar mi obra escultórica. «¡Hay que pensar en grande!», repetía siempre… Recuerdo a menudo a Rodolfo. Trataré de impulsar la realización de este hermoso proyecto que pensamos juntos.

 

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