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Letras

La muerte me da, de Cristina Rivera Garza: El deseo de escritura pizarnikiano

La muerte me da, de Cristina Rivera Garza: El deseo de escritura pizarnikiano
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
12 de diciembre de 2016 - 00:00 - Alicia Ortega. Docente y crítica literaria

La mexicana Cristina Rivera Garza es, sin duda, una de las escrituras más cautivantes en el escenario literario contemporáneo. Me interesa compartir la lectura de su novela La muerte me da (2007), en el horizonte de una reflexión que cruza varios intereses: archivo literario y deseo de escritura, género autoficcional (la escritora entra en la novela, en abierta utilización del nombre propio, como personaje que conduce y protagoniza la narración), la poesía y los diarios de Alejandra Pizarnik.

El título, La muerte me da1, proviene de una frase extraída de los Diarios de Alejandra Pizarnik, que corresponde al 24 de enero de 1963: «Es verdad, la muerte me da en pleno sexo»2. En el curso de un sostenido diálogo con la obra poética y en prosa de Pizarnik, Cristina Rivera Garza ingresa en la novela como personaje de ficción: escritora y profesora universitaria de literatura, es quien casualmente descubre el primer cadáver de una serie de hombres castrados, se convierte así en la Informante, y posible sospechosa, en el transcurso de las investigaciones policiales. Versos de Alejandra Pizarnik aparecen en cada una de las escenas del crimen, junto a los cadáveres mutilados, en diferentes soportes materiales como elemento clave de una intervención/instalación artística en el espacio público de la ciudad. Cristina Rivera Garza, personaje, apasionada lectora de la poesía de Pizarnik es requerida por la Detective en el esfuerzo por comprender los poemas encontrados en la escena del crimen y descubrir alguna pista en la búsqueda del asesino serial. Estos diálogos activan una persistente reflexión en torno al decir poético de Pizarnik, construyen una escritura que en su continuo interrogarse a sí misma potencia un pensamiento metacrítico-literario alrededor de varias preguntas: ¿cómo se lee un poema?, ¿para quién se escribe y quién habla?, ¿qué corta más que una palabra? En suma, quiero leer La muerte me da como autoficción que expone las marcas referenciales de una experiencia lectora.

La narración compone múltiples instancias de ficcionalización del yo, en la apuesta por una escritura que piensa en torno a las condiciones de su propio acontecer, el explícito diálogo con otros textos, la invención de un horizonte metaficcional que autoriza imitaciones, hurtos, expresiones paródicas y paratextos, como formas discursivas que trazan un apasionado homenaje a la escritora argentina. Cristina Rivera Garza compone una novela que acoge el deseo de escritura pizarnikiano, en el afán por inventar un texto que funcione a la vez como tributo y refugio a la voz de la poeta: «Cuando se trata de prosa entro en confusión. Pero podría empezar con cuentos muy breves. No, yo quiero un refugio. El refugio es una obra en forma de morada. ¿Acaso no lo es este —digamos— ‘diario’?», escribe Pizarnik el 21 de junio de 1964 (en Rivera Garza, 199). Rivera Garza se muestra a sí misma en una escritura que irrumpe en la confluencia de novela y ensayo: un híbrido textual que da cabida a fragmentos de prosa y poesía ajenos, un ensayo literario firmado por la escritora mexicana, un poemario apócrifo que lleva el mismo título de la novela —la ficción narrada es aquí pensada en lenguaje poético—, textos que citan y parodian expresiones contemporáneas de las artes visuales.

«El anhelo de la prosa», artículo de investigación firmado por la doctora Cristina Rivera Garza e incluido en la novela como capítulo, gira en torno al deseo de escritura de Pizarnik: lo que le interesa a Rivera Garza/personaje-ensayista es pensar acerca de las reflexiones que desarrolló Pizarnik en sus diarios sobre su oficio de escritora, el carácter de una escritura autorreflexiva que problematiza su propia factura material, su obsesivo deseo de escribir una novela, así como su insistencia en las razones de su frustración y la permanente reflexión acerca de su impotencia frente a la continuidad, la descripción, su condena a la dispersión, la brevedad y la fragmentación. Línea a línea esos diarios registran la búsqueda incesante de un método de trabajo y de aprendizaje literario, la proliferante lectura de la poeta en el afán por identificar modelos de escritura. Pizarnik quiere escribir una novela, quiere antes leer mucho3: «Quiero escribir cuentos, quiero escribir novelas, quiero escribir prosa. Pero no puedo narrar, no puedo detallar», registra la poeta en su Diario, en 1962 (en Rivera Garza, 225). A ese deseo responde la escritura de La muerte me da.

Observa Roland Barthes, en La preparación de la novela, que el «Querer-Escribir» pertenece únicamente al discurso de quien ha escrito: «El Querer-Escribir sólo puede decirse en la lengua del Escribir»4. En este sentido, si decir que se quiere escribir es la materia misma de la escritura, es posible leer los Diarios de Pizarnik como acontecimiento del Querer-Escribir. Así, mientras relata su deseo de escribir una novela compone los diarios como registro de un proceso de aprendizaje y devenir escritora. A ese «Querer-Escribir» pizarnikiano Cristina Rivera Garza le otorga una materialidad en la composición de su novela: no solo la novela que hubiera quizás escrito Pizarnik, sino que de alguna manera convierte en escritura al fantasma pizarnikiano: materialización de su deseo, incorporación de poemas suyos y fragmentos de su prosa, diálogo con la voz de la poeta. Rivera Garza parece que arrancara de los versos pizarnikianos la clave para su proyecto estético. No se trata solamente del tema, explicitado en la novela, acerca de la castración en algunos poemas de Alejandra Pizarnik, sino de la pregunta por el sentido «del fracaso de todo poema/castrado por su propia lengua»: «¿Cómo comunicarle a la Detective que la tarea del poema no es comunicar sino, todo lo contrario, proteger ese lugar secreto que se resiste a la comunicación, a toda transmisión, a todo esfuerzo de traducción? ¿Cómo decirle, sin atragantarme con el sorbo de agua y esa tristeza que me producía el constatar, una y otra vez, que la lengua nunca será un órgano de resurrección, que las palabras, como dice Pizarnik unos versos más adelante, que ‘las palabras no hacen el amor/hacen la ausencia?»5. Rivera Garza, en tributo a Pizarnik, trabaja la resonancia de una ausencia: el re-conocimiento de la poeta suicida en la escritura de su novela.

El tono y estrategias de composición en La muerte me da imita marcas del estilo Pizarnik: la manera como algunos guiones abren el territorio de la cláusula indefinida, el lento final que resulta del encabalgamiento de comas, el uso de paréntesis, la ruptura de toda linealidad narrativa, la predilección por la forma de fragmentos y el collage. Es como si Rivera Garza exprimiera el modelo desde adentro, volviéndolo propio: la conjugación de los verbos, el uso de los calificativos y la denominación de los personajes al modo pizarnikiano están plenamente incorporados en la novela, de tal manera que imprimen un estilo narrativo como si el deseo de la escritora mexicana fuese romper los problemáticos cercos entre prosa y poesía6: como si la demolición de esos cercos pudieran proveer a la poeta argentina el refugio y la morada por ella tan ambicionados. La prosa que anhela escribir Pizarnik, desde la lectura que de ella hace Rivera Garza, busca poner en tela de juicio la capacidad comunicativa del lenguaje. Se trataría de «la necesidad de escribir y la no necesidad de transmitir nada». (Pizarnik, en Rivera Garza, 190). Podemos pensar que la irresolución de los crímenes7 y el fuerte componente autorreflexivo de la novela responden al hecho de que no hay nada que resolver, puesto que se trata del placer de generar una escritura perturbadora, que desmiembra, corta, punza, juega al interior de una economía intertextual de lecturas que se espejean, se contaminan, se mimetizan. Los enigmas y el caso policial quedan irresueltos, porque lo que está en juego no es el triunfo de la razón esclarecedora ni de la ley, sino las resonancias vitales de la imaginación poética. El vacío de sentido, que los crímenes dejan al descubierto, se modula al contacto con el decir poético de Pizarnik y la lectura creativa que de ella hace Rivera Garza.

Portada del libro La muerte me da, de Rivera Garza

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Notas

1. Rivera Garza, Cristina. (2010). La muerte me da. México: Tusquets. Todas las citas se refieren a esta edición.

2. La línea citada aparece registrada en el Diario, el 24 de enero de 1963, en medio de una reflexión sobre su propia escritura, la soledad y el autoexilio, el alcohol, lo que la poeta llama su «alta vocación sexual» y la certeza del suicidio (Pizarnik, p. 315). Alejandra Pizarnik. Diarios. Edición a cargo de Ana Becciu. Barcelona: Lumen, 2014. La línea del poema constituye el mensaje que aparece en la escena del crimen del cuarto hombre desmembrado.

3. Otras entradas que expresan ese «anhelo de prosa» que explora Rivera Garza: «Mi poesía, ahora, es anémica. No tengo potencia poética y si aparecen rastros de ella queda paralizada por mi temor. En el fondo, quiero escribir la novela. No la escribo porque antes quiero leer mucho. ¿Qué he leído ayer? Dos poemas de Neruda y una Fábula de La Fontaine. A este paso la escribiré a los ochenta años (Pizarnik, Diarios, febrero de 1959, p. 140). «Si yo tuviera el lenguaje en mi poder escribiría día y noche, pues es lo que más deseo. Pero ya es obsesiva mi desconfianza en el manejo del idioma. Y la novela se convierte en utopía» (abril del 58, p. 122).

4. Barthes, Roland. La preparación de la novela. Notas de cursos y seminarios en el College de France, 1978-1979 y 1979-1980. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, p. 43. Barthes denomina «fantasma de escritura» a la energía deseante que pone en marcha la escritura, que produce el «objeto literario».

5. En el acápite titulado «El poema castrado por su propia lengua», que corresponde al primer capítulo –«Los hombres castrados»−, la Detective pide a la Informante discutir el tema de la castración en algunos poemas de Alejandra Pizarnik. Entre los versos subrayados por la Detective, los siguientes aparecen citados en la novela e introducen la pregunta por el «fracaso de todo poema»: «En esta noche en este mundo/ las palabras del sueño de la infancia de la muerte/ nunca es eso lo que uno quiere decir/ la lengua natal castra/ la lengua es un órgano de conocimiento/ del fracaso de todo poema/ castrado por su propia lengua/ que es el órgano de la recreación/ del re-conocimiento/ pero no el de la resurrección». (Rivera Garza, 55)

6. Escribe Pizarnik en su diario, en junio del 63: «Problema de los límites de la poesía, de los cercos. O el poema en prosa, definitivamente. También él necesita cercos». Líneas citadas por Rivera Garza, a propósito de las preguntas que se hizo Pizarnik en torno a las problemáticas relaciones entre la poesía y la prosa (Rivera Garza, 185).

7. Es posible leer la novela en clave de un policial invertido: crímenes irresueltos, una Detective con vocación de fracaso, una apocada periodista de Nota Roja, la voz de la asesina transcrita en un conjunto de mensajes enviados a Cristina Rivera Garza y a una editorial independiente especializada en poesía. Los crímenes son narrados como si se trataran de una escenificación artística, un performance urbano que cifra un pensamiento acerca de la poesía.

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