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Reseña

La piel de la memoria del poeta (sobre Con un manuscrito en el horizonte)

La piel de la memoria del poeta (sobre Con un manuscrito en el horizonte)
26 de diciembre de 2016 - 00:00 - Javier Lara Santos, escritor.

Tuve una conversación ayer o anteayer, aunque pudo haber sido hace tres mil años, el tema no cambia: y es que alguien me preguntó, mientras le leía fragmentos del libro de Freddy Ayala, alternados con los de Globo Rojo (la recopilación que hizo Leopoldo María Panero de los textos de los internos del manicomio de Mondragón), me preguntó alguien, decía, que cómo se debe explicar la poesía, a lo que mi respuesta fue sincera y, sobre todo, justiciera: a la poesía no se la debe explicar, es como tratar de ponerle un corset a una avalancha, es como tratar de tomar medidas de una tormenta, de medirle su pulso, de contar cuántos cuchillazos invisibles nos damos a nosotros mismos mientras caemos por la pendiente del cielo o del absoluto a las enésimas puertas de la nada, no, no se la explica, se la siente, se la percibe, se la huele, se la celebra, se la odia —si fuera el caso— pero nunca se la explica, pues, el arte poética (aparte de ser un puente limitadísimo para comunicarse con el mundo, requiere códigos lingüísticos, culturales y contexto compartido entre el autor y el lector), este quehacer, se sostiene a sí mismo, ese es su mérito y su maldición. La poesía, como digo, nunca tiene un aval lógico de entendimiento, sino de percepción, de apertura, de fisura elemental, hija bastarda del mismo raciocinio y de la misma religión o, lo que no es lo mismo, de la espiritualidad.

En el caso de este libro, Con un manuscrito en el horizonte, atendemos a un viaje vertical (amén de la novela de Vila-Matas) a una caída libre que atraviesa el tiempo, la memoria y las distintas geografías, que nunca serán las reales si se lo ve desde un punto de vista dimensional, este poemario, es, como dice en el prólogo Roberto Manzano desde La Habana, «un imaginar que dictan las imágenes (valga la redundancia) por muy tremendas que parezcan», es en esos mismos saltos, en donde se encuentra viva, latente, cargada de signos que son la misma piel de la memoria del poeta, la misma piel del cielo de la imposibilidad de la palabra. Inscrito este sentido, la poesía, como dice Manzano, «es siempre un lenguaje exponencial», mas no explicativo.

Quisiera hacer una tesis mucho más extensa sobre este nuevo trabajo de Ayala Plazarte, pero lo malo —y lo bueno al mismo tiempo— de las tesis es que solo son eso, aproximaciones a una sospecha que puede o no ser confirmada. Así que aquí me tomo la libertad de transcribir una suerte de testimonio del mismo autor respecto al libro:

Recuerdo que, originalmente, el libro, hasta el 2011, comprendía los tres primeros capítulos, mientras que los otros dos capítulos finales fueron recuperados de los años 2008 y 2010. Y es que hubo hechos que fueron determinantes para la conformación de los dos últimos capítulos; hay un personaje llamado Sara, y un texto que dice: luego de un pasmoso atardecer del 23 de noviembre de 2001…”. Sara fue la reinvención de alguien que conocí en un cotidiano día por una calle del sur de Quito, solo la volví a ver 8 años después, luego desapareció, pero Sara es un personaje central para esa serie de textos y, sobre todo, para el texto del 23 de noviembre: una tarde que tuve un accidente en una montaña, diría que una experiencia directa con la muerte, y de la cual solo puedo decir que vivo para contarla. Esta imagen crucial en mi convicción ante las personas y las percepciones del mundo finalmente quedó plasmada en el horizonte, aquella brecha que se abría en las tardes en que mi espíritu y mi mirada volvían hacia aquella montaña. De hecho, es el lugar donde viví el desafío de lo ausente, y donde el manuscrito arrugado se imaginaba por otros mares y lugares del mundo, retrayendo un naciente instante de la escritura en el falleciente momento que recordaba aquella tarde de noviembre, que puede contener un siglo de escrituras.

Este es el summum de la travesía de estos poemas, esta es la verdad sobre la verdad, detrás de la verdad, y confirma lo que dijo Gabriel Celaya algún día: «La poesía es un arma cargada de futuro», y, aportaría yo, una metralleta cargada de pasado, pero un pasado que no pesa, sino que flota, pues esa también es una de las maravillas del silencio heroico que acompaña a cada intento de nombrar lo absoluto, así, con la poesía, podemos re-nombrar, re-construir, re-hacer, y des-hacer el mundo. Todo lo que es nombrado existe, pero podemos hacerlo, en poesía, existir desde el lado más amable o más canalla de la vida, y esa es única responsabilidad del poeta.

Soportar el peso del mundo, del mundo de la cabeza del poeta, digo, es soportar también el castigo de haber nacido bajo el sino del extravío, del desencuentro, de la percepción, de la magia, del crimen de lo hermoso en los ojos que no entienden la practicidad del mundo, sino sus intersticios, sus escondites, sus interpretaciones que no son escapes, sino islas en las que algo tiene sentido, vaciándolo, exactamente, del consuetudinario sentido que manda la realidad.

Si la poesía no invita al silencio, entonces es solo ruido, trauma, vendetta contra la vida y sus complejos, si la poesía no sacude algo, si la poesía no levanta polvo o nos pega en los huesos, entonces es sonido y furia, como dijera Shakespeare y luego Faulkner, de ahí que la lectura siempre, a mi parecer, debe ser como el acto amatorio, privado y cuidado hasta el último detalle, no se puede ir gritando poesía por las calles, los municipales nos pegarían, lo bueno es que no nos podrían confiscar el aire de las palabras, ese sería un triunfo, de hecho lo es: no dejar que nadie te quite lo vociferado, lo soportado, lo vivido, lo volado.

Celebro este libro como parte de un engranaje (fea palabra pero tan cierta) de una generación que sale a flote con las únicas armas que no ofenden, pero pueden hacer caer imperios: las palabras. Celebro este manuscrito como celebro la complicidad de los lectores, eso también es un signo de amistad, un signo de cariño, pues, si algo es creado sin cariño, sin tesón, sin rabia, entonces para qué crearlo.

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