Poesía
Notas sobre Hinostroza y los textos
Los comentarios a la obra de Rodolfo Hinostroza producen por regla general reacciones menos divergentes y menos intrigantes que las suscitadas por la sola mención de su nombre, Hinostroza. El dato no es necesariamente sociológico: aun aquel que desee hacer una distinción profiláctica entre el hombre y su obra puede palparlo.
El dato se refiere más bien al nombre «Hinostroza». No es que Hinostroza sepa más o menos que su obra (raramente, si acaso, atribuimos «saber» a un nombre), sino que es, o se ha vuelto parte integral de ella. (Me atrevo a decir que Eguren no goza de esta cualidad pero sí, por ejemplo, Vallejo). Y la clave de este desequilibrio —o más neutralmente, de esta extraña relación— hay que encontrarla en los textos mismos, en lo que hizo.
¿Qué hizo Hinostroza? (Difícil). En un sentido Hinostroza es un artesano; pero es una lástima que hayamos heredado una visión tan miope de la artesanía poética. Solemos atribuir «artesanía» al que pule la palabra y el verso, y que, como resultado, genera un poema. Pero no fue este el sentido que Eliot tuvo en mente cuando declaró a Pound como il miglior fabbro. Pound nunca escribió versitos. Hinostroza tampoco. Hinostroza no ha hecho nada porque la palabra estuviera al servicio de la palabra misma. Nunca realmente pulió un verso para que le saliera un poema. Y esto se debe, sospecho, a que la apuesta siempre fue formulada en términos de jugarse el lenguaje entero, para conseguir uno nuevo.
Ahora bien, un lenguaje nuevo no se construye cambiando el léxico: reemplazando una jerga antigua por una nueva. El quiebre debe ser más radical. No todo se hace con palabras. Pero, antes que nada, ¿cuál es ese lenguaje viejo que Hinostroza y otros (afuera: Olson y Spicer, por ejemplo, adentro: quizá Pablo Guevara) esperan derribar? Sospecho que es el lenguaje de Eliot y sus secuaces, el del respeto formal a la estructura sujeto/predicado. Un lenguaje cuya retórica-cero se resume en el siguiente lema: «Aquí hay un sujeto y ahora voy a predicar algo de él». En tanto todo lenguaje funda su propia ontología, no es una sorpresa que lo que llamo «el lenguaje viejo» genere una ontología poética peculiar. ¿Cuáles son estos sujetos sobre los cuales predica el lenguaje viejo? En esencia: personas y a veces objetos. Eso es lo que hay ahí afuera en el mundo y sobre eso (y solo sobre eso) es que podemos hablar.
Es contra esta concepción contra la cual actúa la crítica lingüística de Hinostroza. No solo hay personas y objetos; sobre todo hay eventos. Este es el subproducto ontológico del nuevo lenguaje. Primero, los eventos se vuelven los nuevos sujetos predicables; y luego (una vez resquebrajada la estructura sujeto/predicado) los eventos ocurren en el lenguaje, son agentes de ellos mismos. Este cambio resulta fundamental. El mundo ha dejado de ser un invernadero.
(Fundamental, debo añadir, no solo para el lenguaje poético, sino para cualquier lenguaje. Davidson, por ejemplo, en sus trabajos lógicos llega a conclusiones parecidas más o menos coetáneamente. Y esta yuxtaposición no es mañosa: incluso los lenguajes de las ciencias naturales avanzan por senderos similares).
Pero entonces, ¿Qué le ha pasado al lenguaje mismo? Intentaré abrir un nuevo flanco para hablar de él.
Si uno lee linealmente la obra de Hinostroza encontrará un vector directo, un vector de impacto, que la atraviesa de comienzo a fin. Una vez hallado es casi imposible perderse o errar el blanco. La conclusión es que no es el contenido (o los contenidos) lo que ha cambiado la trayectoria. Es la extensión del contenido sobre la forma lo que se ha violentado, lo que se ha hecho fuerte.
Todo ha sido fruto de exploraciones y descubrimientos progresivos: los versos comenzaron a romperse desde el inicio en Consejero del lobo; en algún momento (la praxis está más o menos madura en Contra natura, la teoría en su análisis del ‘Coup de dés…’ de Mallarmé) la página en blanco fue encontrada: Hinostroza adaptó para sí una peculiar versión de la composición por campos, su propia mise en page en la que hay ejes de sentido que atraviesan horizontal, vertical y diagonalmente la página, y espacios en blanco que articulan el texto como los silencios una composición musical; las palabras no bastaron: aparecieron los símbolos, las grafías, etc. Todo esto fue progresivo, repito, pero era obvia la dirección. El quiebre estructural debía ser radical para acomodar y producir la nueva ontología de eventos, y lo fue. Pero no más de lo necesario: en algún lado siempre hay un lector, en ninguna parte un lenguaje privado. En esto Hinostroza respeta las leyes: todo lenguaje es esencialmente social. También respeta algunos teoremas: la poesía debe ser cognitiva, debe producir conocimiento.
(Neurath comparaba la tarea de reconstrucción lingüística con la de reparar un barco en altamar. A veces hay que emplear piezas viejas para forjar las nuevas. Pero además hay que tener cuidado: hay gente a bordo).
Este es el carácter general de la artesanía de Hinostroza. Hay todavía un segundo sentido, más particular, en el que Hinostroza es un artesano: ejecuta modelos. Es decir, no busca tanto realizarse por medio de su lenguaje, cuanto realizar con él lo que hay dentro de su cabeza: la digestión excepcional de la experiencia. El objeto creado está afuera del artesano, por más que su creación lo haya trastornado o perfeccionado. (Pero esta línea de indagación me parece irreparablemente vaga así que prefiero dejar las cosas ahí).
Supongamos ahora que la vieja distinción fondo/forma tiene aún sentido entre nosotros. Entonces podría objetarse que Hinostroza trabajó el segundo término del par y que temáticamente no le fue muy bien que digamos. Esto es ciertamente falso y no conozco a nadie que haya sostenido tal cosa. Pero podríamos sofisticar la objeción un tanto, lo suficiente como para hacerse eco de un comentario no poco común a la obra de Hinostroza: cierto, habló del amor, del zodiaco, de la organización social y política, de la historia, de la muerte, los grandes temas. Pero ¿qué obtuvo a cambio? Pareciera que Hinostroza ha arrojado sus formidables redes al mar y cada vez que las ha levantado ha encontrado el cuerpo de un dios, si no muerto, al menos desvencijado. Y la pesca no parece haber sido muy distinta aun en textos (en prosa, y por lo tanto no recogidos en esta reunión) como, por ejemplo, Aprendizaje de la limpieza, en el que el demiurgo lacaniano desfallece.
La objeción es ingenua, por no decir reaccionaria. La conclusión es correcta pero la óptica es eliotiana. Esos cadáveres son los persistentes remanentes de la vieja ontología, los Sujetos saturados por la predicación. No es una sorpresa entonces, que así visto, esa haya sido la pesca. Hinostroza propone terminar con este juego y dar paso a una ontología más dinámica, una que, como hemos señalado, resalte el evento por sobre el objeto y la persona. Y aún más (y esta parece ser la dirección de sus últimos trabajos) Hinostroza sugiere trabajar con un lenguaje tributario de la incertidumbre cuántica en su contacto con un mundo (y sus eventos) que no existe independientemente del instrumento que lo mensura. El instrumento no es otro que el lenguaje; el mundo no es otro que el visto a través de este lenguaje.
Viajas en tus palabras/ y tus palabras viajan: así concluye ‘Nudo Borromeo’.
¿Concluye así también el proyecto de Hinostroza? Según S. Juan en el principio fue la palabra, pero nunca nos aseguró que en el final también estuviera ahí. Hinostroza no desconoce esta posibilidad y su lenguaje es lo suficientemente amplio como para albergarla. En todo caso, haber construido un puente entre el vacío y la plenitud no es tarea pequeña. Este mérito le corresponde a Hinostroza, tal vez el poeta peruano más importante de la segunda mitad de este siglo.
El dato final empalma y trata de resolver el inicial: si los comentarios a la obra de Rodolfo Hinostroza producen reacciones menos divergentes y menos intrigantes que la sola mención de su nombre, es porque su nombre es parte de ella. Y ser parte de ella, como hemos visto, implica dejar de ser visto como un sujeto más, para volverse un evento que ocurre.
Notas
*Este texto apareció como prólogo en el libro Poemas reunidos de Rodolfo Hinostroza (1986). Lima: Editorial Mosca Azul.
Mario Montalbetti
Lingüista y poeta peruano, en 1979 fundó junto con Mirko Lauer y Abelardo Oquendo la reconocida revista cultural Hueso Húmero. Es profesor asociado de lingüística en la Universidad de Arizona y en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y profesor visitante en las Universidad de California (Los Ángeles) y Cornell. Obtuvo su doctorado en Lingüística por el Massachusetts Institute of Technology. Es autor de cinco libros de poemas.