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Letras

Nefando: La literatura no puede distraerse con elefantes

Nefando: La literatura no puede distraerse con elefantes
26 de diciembre de 2016 - 00:00 - María Paulina Briones Layana. Escritora

En 2013, la editorial Candaya, de España, invitó a Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) a participar en Emergencias, una antología de relatos editada y prologada por Jorge Carrión, con un epílogo de Juan Villoro. Ese volumen de doce cuentos, que reúne a los autores emergentes de Iberoamérica, podría ser la primera piedra en la carrera literaria de esta escritora guayaquileña, que un año después, en 2014, ganó el premio Alba de narrativa, que entrega Casa de las Américas, con La desfiguración Silva, su primera novela, trabajada, mayoritariamente, en Barcelona, mientras cursaba su maestría en Escritura.

Esto para mostrar lo vertiginosa que puede ser una carrera literaria, que jamás empieza en la vida pública sino en los múltiples ensayos solitarios experimentales de un escritor, pero también para evidenciar algo que Ojeda comentó en septiembre en la Feria del Libro de Guayaquil, cuando participó en una mesa sobre premios literarios: la suerte existe, y tampoco se la puede dejar de lado, sobre todo cuando aparecen en el panorama los premios.

¿Y qué ocurre cuando confluyen el talento y los premios? Las respuestas pueden ser múltiples; yo quiero escoger esta: los lectores seremos felices y nos regodearemos varias veces en la novela, o en ese texto poético, en esa pieza única que hemos descubierto.

El año pasado, Fondo de Animal Editores publicó El ciclo de las piedras, libro con el que Ojeda ganó el premio Desembarco de poesía emergente (para menores de 30 años), y cuyos títulos aparecen bajo la colección Rastro de la iguana.

Nefando es la segunda novela de Ojeda, y sobre ella se han pronunciado lectores, editores, escritores y académicos. La obra obtuvo una mención en el primer concurso de novela Miguel Donoso Pareja (2015), en el que La curiosa muerte de María del Río resultó ganadora del primer lugar y de $ 10.000.

Actualmente, Ojeda cursa un doctorado en Humanidades y se desempeña como docente de la carrera de Literatura en la Universidad Católica de Guayaquil, en donde mantiene un grupo de estudios de género y un club de lectura.

Garganta profunda es la Literatura

Los poemas no son agradables, al menos no los que son buenos. La poesía que verdaderamente vale la pena es la que te deja caer. Imposible no salir quebrado de esto.
Iván Herrera

En Nefando, seis individuos de diferentes nacionalidades comparten un piso en Barcelona, y participan, sin querer, en un experimento ideado por tres de los personajes, los hermanos Terán, quienes además ya han aparecido en la obra anterior de la escritora, La desfiguración Silva. Este proyecto o experimento es un videojuego que tiene una peculiaridad: los jugadores ignoran que no están jugando y que esta actividad «recreativa» bordea lo criminal.

Ya el solo nombre del videojuego remite a lo siniestro: Nefando es lo indigno, lo torpe, algo de lo que no se puede hablar sin sentir repugnancia y horror.

Si tuviera que usar un adjetivo para describir o para nombrar esta novela diría que es, precisamente, «lo siniestro», también «lo inefable», y esto porque la obra nombra todo aquello que debe permanecer en secreto, pero que, sin embargo, ha salido a la luz. Y en este sentido, esa luz es un territorio desierto, casi inexplorado, insólito.

Todo lo que a partir del lenguaje se construye en una zona oscura, sin lineamientos, resulta espeluznante.

Y en el caso de Nefando, podríamos decir que los compendios de episodios de violencia sexual infantil, insertos sobre la necrofilia, la pederastia, el incesto y la violación, se narran con un lenguaje profundamente poético, y precisamente, esta estética lírica es la que transfigura por completo a la novela: la vuelve desconcertante.

En el complicado ejercicio de contar lo inefable, la poesía es el vehículo elegido para dar movimiento a esta historia lóbrega y romántica que encierra una alegoría, que es la de contar la escritura o dar testimonio del deseo, a través de la ficcionalización de la realidad. ¿Acaso no es la búsqueda de la libertad el motivo de lo romántico? ¿Pero en qué sentido el motivo de la libertad se revela en Nefando? Pues en el propósito de la búsqueda de la literatura, a través de una historia que indaga sobre las formas de la novela, los límites de la creación y el sentido del arte.

Kiki Ortega, en la habitación #1 va dibujando a los personajes de su futura pornonovela, y mientras los configura, piensa:

La literatura no puede distraerse con elefantes, tiene que apartarlos y ver al acróbata caído, interesarse por su sufrimiento, por la mueca de dolor con la que lo llevan tras bambalinas porque desentona, porque rompe la armonía, porque obsceniza el espectáculo… Escribir solo tiene sentido, se repitió, si es para ver a través de los elefantes. (pág. 14)

Kiki Ortega, quien ejerce el rol de la escritora en el texto, es entrevistada por alguien. Jamás sabremos quién hace las entrevistas a los personajes de Nefando, pero sabemos que una vez descubierta la peculiaridad del videojuego, hay una investigación que intenta articular algunas respuestas.

Esas respuestas, en realidad, siguen recreando a la propia escritura, y por eso este personaje es capaz de elaborar una poética personal sobre su investigación como creadora:

Yo estaba agujereada y sin lengua. Quería palabras que no me pertenecían, las más ajenas de todas, para no repetir, para entender fuera de las frases hechas. A veces uno tiene la voluntad de decir y luego se da cuenta de que no tiene nada, ni siquiera una idea pequeña, una expresión fallida de originalidad, que sea digno de pronunciar. (pág. 79)

La escritura se parece a la infancia...

Mi madre nunca nos buscó. Crecimos en una casa hecha de líquenes en donde el silencio se ensanchaba de extremo a extremo y nos mecía como si pudiéramos dormir con la boca cerrada (pág. 126).
Emilio Terán, 17 años, escritor de rectángulos

No hay paraíso perdido en la infancia, más bien se presenta este espacio como una distopía. La infancia es el lugar para la ignominia en Nefando la novela y en Nefando, el juego. ¿Cómo volver, cómo salvarse, cómo recomponer la identidad? A través del recuerdo, de las palabras, de las imágenes grabadas que luego forman parte de un juego que no es un juego. Los personajes de la novela ensayan estrategias de escritura porque son sobrevivientes.

Enceguecerse por la memoria de los primeros años es fácil, pero no correcto… para ella no había infierno más temido que el que se cruzaba descalzo durante la niñez. Me pregunto si tendré el valor suficiente para escribir enceguecida. Había sobrevivido a su infancia con los dedos cortados y la lengua atollada, había superado ese tiempo de horrores deseando crecer con desesperación. La adultez es la pérdida de lo frágil. Ahora debía recordarlo: tenía que enfrentar la escritura como ese balbuceo continuo, como ese exceso, o no escribir. (pág. 138)

Los sobrevivientes de la infancia en realidad pueden leerse como una metáfora de los escritores que sobreviven la infancia. Para estos seres que deambulan en territorios difusos siempre habrá un sinnúmero de interrogantes que desembocan en problemas escriturales.

¿Cómo mirar más allá de su ombligo, cómo no ahogarse en sus propias aguas? Para ello, el escritor podría —tal como sugiere la novela— orillarse de sí, o al menos intentarlo, para luego reparar en que se trata de una tarea imposible, porque siempre ese yo aparece en la escritura, posiblemente transfigurado, aunque sea como un fantasma.

Esta escritura agujereada, agrietada, de Mónica Ojeda, definitivamente nos remite a otros escritores. Por ella pasan Roberto Bolaño, Enrique Vila Matas, Armonía Somers, y toda la poesía contemporánea en retazos. Y, hacia atrás, los góticos románticos y sus seres oscuros, hermosos y distantes, que renacen a través de los personajes de Nefando. Hay sombras en esta novela, hay nieblas, y estamos nosotros, los lectores, intentando descifrar el dolor de lo indecible porque oscurece…, «y es mentira que papá nos ama».

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