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Memorias de la pivihuarmi Cuxirimay Ocllo: ¿novela histórica en clave femenina?

Memorias de la pivihuarmi Cuxirimay Ocllo: ¿novela histórica en clave femenina?
03 de octubre de 2016 - 00:00 - Fátima Alfonso Pinto. Universidad Nacional de Educación (UNAE)

Este texto es la versión resumida de una ponencia presentada durante el Congreso de la Asociación de Ecuatorianistas 2016, realizado el pasado julio en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Fundada en 1987, la Asociación de Ecuatorianistas nació como un espacio para difundir la literatura y la cultura ecuatoriana en Estados Unidos a través de investigaciones académicas. Así, se ha convertido en un registro de la producción cultural del país. Todas las ponencias del congreso serán publicadas en la revista Letras del Ecuador, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en la edición que circulará en el primer trimestre de 2017.

Memorias de la pivihuarmi Cuxirimay Ocllo (2008) es una obra de la escritora Alicia Yánez Cossío (Quito, 1928) que presenta una inusual visión del incario y de las conquistas en el Tahuantinsuyo. Esta obra (re)crea la vida de Cuxirimay desde su nacimiento (1518-1520) hasta el final de sus días (1552?). Cuxirimay es hija del emperador inca Huayna Cápac, elegida por él para ser la pivihuarmi o esposa principal de Atahualpa. Cuxirimay se convertirá luego en concubina del explorador y conquistador castellano Francisco Pizarro y, al morir este, se casará con el cronista Juan de Betanzos, uno de los primeros quechuistas de la colonia.

Esta novela no está narrada en primera persona, como cabría esperar en unas memorias. Aquí encontramos a un narrador omnisciente que se sirve de su propia voz y de los diálogos entre los personajes principales para desarrollar la historia del incario, desde Manco Cápac hasta el año 1551. La obra está sembrada de profecías y de visiones que relacionan los relatos que escucha Cuxirimay con la crónica que escribirá Juan de Betanzos a partir de lo que ella le cuente dieciocho años después de la muerte de Atahualpa. En ese sentido, Cuxirimay cumple un papel indispensable en la historia —la ficticia y la real—, ya que es el nexo esencial entre la tradición oral de su pueblo y una de las obras fundamentales de la conquista, la Suma y narración de los incas, obra en la que se apoyarían muchos de los autores posteriores, pues es considerada la versión más fidedigna de la historia del incario.

Las Memorias... arrancan con el nacimiento de Cuxirimay en el Cusco. A continuación se nos presenta al personaje de Ninacuri, que también vive allí pero que es una mitima llegada de la nación cañari. Ninacuri se convierte en el aya de la niña por decisión de la madre, Tocto Ocllo.

Ninacuri asumirá la tarea de contarle a Cuxirimay la historia de sus antepasados, pero aprovechará para darle a conocer también la historia de la brutal conquista y represión sufrida por otros pueblos a manos de los incas. Además, enseñará a la niña los orígenes míticos del incanato y de los cañaris; le hará memorizar la genealogía de los reyes para que en el futuro pueda repetirle todos esos nombres al hombre blanco que escribe en sus visiones.

Mientras le enseña estas cosas, Ninacuri no tiene ningún reparo en hacerle ver a Cuxirimay que sus antepasados no fueron tan gloriosos como pretenden, que mintieron acerca de su naturaleza divina y que sus contemporáneos han perpetuado costumbres tan atroces como la de los sacrificios de niños y mujeres. Le habla acerca de la tradición de la capacocha (un ceremonia que incluía ofrendas humanas para el dios Viracocha); de la purucaya, el rito funerario; de la sumisión de las mamaconas que viven y mueren encerradas en los templos, de la servidumbre de los yanaconas que «son propiedad de los señores», del horror que sufrían los mitimas cada vez que los arrancaban de su tierra para trasplantarlos a otra ajena a la suya: «Todo ese cúmulo de dolores y crueldades obedecía a la manera de ser de los pueblos que formaban el Tahuantinsuyo. Eran el producto de costumbres milenarias y estaban motivados por el sentido religioso de agradar a los dioses, que eran dioses de ellos y no eran dioses extranjeros…».

Al relatar las tradiciones, las conquistas y las guerras, Ninacuri irá develando la otra cara del expansionismo inca: ella reproduce la versión de los vencidos y se convierte en la voz de quienes odian en silencio a sus opresores, los que mataron «a centenares de hombres por la ambición de conquistar más tierras». De ese modo, trata de que Cuxirimay se dé cuenta «de que vive en un mundo de miedo y servidumbre».

Este es un aspecto relevante de la novela, ya que se marca a menudo la diferencia entre la concepción dominadora de los hombres y el rechazo por parte de las mujeres hacia todo acto de barbarie y aniquilación. Yánez Cossío utiliza para ello las voces de Ninacuri, primero, y de Tocto Ocllo, después. A través de estos personajes se cuenta la misma historia que recogen muchos cronistas, pero se hace condenando la crueldad y la guerra, poniendo de relieve que lo que desde la perspectiva masculina es una victoria, desde la femenina es solo destrucción y muerte; lo que para ellos es muestra de poderío y arrojo, para ellas es evidencia de la obsesión enfermiza del abuso de poder sobre los más débiles.

Al morir Ninacuri, el shamán Kocho continúa con el adiestramiento de Cuxirimay, quien, para entonces, ya ha asimilado tan bien las enseñanzas de su aya que se atreve a cuestionar «lo trascendente como si fuera cotidiano», y, además, se muestra desconfiada, duda y le obliga a pensar a él, que tiene la sabiduría de un shamán.

Llegados a este punto, vemos que en la obra se plantea un enfrentamiento entre las voces masculinas que narran una historia de dominación y las femeninas, que protestan por la injusticia y reclaman su lugar en el mundo. Con este recurso se percibe un intento de conquistar el espacio narrativo que se le ha negado a la mujer durante siglos. Ninacuri sabe —porque tiene el don de la profecía— que Cuxirimay transmitirá la historia de un imperio que se impuso mediante la violencia y cuyas atrocidades no eran muy diferentes de las que cometerían más tarde los españoles al apoderarse del Tahuantinsuyo con la llegada del Pachakuti, del final de los tiempos.

Ninacuri sabe también que sus palabras alcanzarán a los nuevos conquistadores a través de una Cuxirimay, ya adulta, que se las trasmitirá a Betanzos, ya que este las pondrá por escrito, aunque no lleguen a ser registradas de la misma en que salieron de su boca:

Siempre tenía presente al hombre blanco de sus visiones, inclinado, dibujando signos misteriosos que, por alguna magia, se convertirían en las palabras de Cuxirimay, y también pensó que tal vez esas palabras podrían tomar distinto giro, porque las palabras, aunque se las repitan tal cual se escuchan, al pasar de unos labios a otros, nunca son las mismas.

En este fragmento podemos intuir el propósito de Yánez Cossío de crear una ficción (su novela) a partir de un relato que ella considera verídico (la crónica de Betanzos); también se vislumbra la certeza de que el resultado tiene que ser necesariamente una creación literaria, y no un libro de historia. Sin embargo, a veces el lector podría pensar que está ante un libro de historia novelado, más que ante una novela histórica: por suerte, los continuos diálogos entre Ninacuri, el shamán o Tocto Ocllo y la niña Cuxirimay, así como la descripción de ambientes y la caracterización de personajes nos recuerdan que se trata de una narración ficticia de lo que pudo ser la historia del Tahuantinsuyo o, mejor dicho, una de las historias del Tahuantinsuyo. Según esto, sí es posible calificar esta obra como novela histórica, contrariamente a la opinión de algunos críticos que no la consideran como tal.

Conforme a la definición de la novela histórica de Georg Lukács en la década de los treinta y después, en los ochenta, de Seymour Menton sobre la «nueva novela histórica» de América Latina, las Memorias de la pivihuarmi podrían encajarse en uno u otro grupo, con la salvedad de que no cumple todas las características de esas clasificaciones, como, por otro lado, tampoco las cumple por completo casi ninguna de las obras de Borges, de Roa Bastos o de Alejo Carpentier, por citar algunos ejemplos.

Sin embargo, las Memorias de la pivihuarmi encajan en la definición de ambas. También encajan, en principio, en la idea de novela histórica de la autora.

Nos consta que la novela nace a partir de la crónica de Juan de Betanzos, porque la propia Yánez Cossío así lo menciona, de modo que tenemos la certeza de que hay una intención «historicista» tras la creación artística. Lo que habría que averiguar es cuánto de invención tiene la historia que ella nos cuenta, cuánto se aparta de la crónica y, más aún, cuánto de literario tiene la obra de Betanzos.

A mí la duda me surge con respecto a la veracidad de los hechos que se relatan en la Suma y narración de los incas, no a la ficcionalización que hace Yánez Cossío de unos hechos considerados históricos.

Lo polémico es que la autora acepta la palabra de Betanzos como «la fuente más verídica de lo que fue la nación quiteña», porque el cronista fue testigo presencial de los hechos y porque está convencida de que lo que le contó Angelina Yupanqui es totalmente veraz. Lo que parece ignorar nuestra escritora es que las crónicas son, en sí mismas, una construcción literaria, como han demostrado numerosos estudios sobre la historiografía peninsular y la colonial.

Teniendo en cuenta esas evidencias, se hace difícil creer que la historia que escribió Betanzos sea una transcripción de lo que le contó de viva voz Cuxirimay acerca del incario. De hecho, al leer la crónica se perciben temas y estrategias narrativas que —casi seguro— proceden de lecturas y tradiciones escritas anteriores. Basta mencionar, por ejemplo, el sueño que tiene Inca Yupanqui, en el que se le aparece el dios Viracocha en forma de hombre, y que evoca de inmediato otras tantas historias de héroes medievales a los que sus experiencias oníricas les aseguraron victorias semejantes a las que encontramos aquí.

A esto hay que añadir que no todo lo que aparece en la Suma y narración de los incas pertenece a Betanzos, como indica Lydia Fossa, puesto que el documento hallado por Magdalena Fito y María del Carmen Martín Rubio es apenas una copia de la obra original de Betanzos. Por otro lado, no está tan claro que Betanzos dominara el quechua con la perfección que él decía tener. Además, la segunda parte de la Suma y narración es más «novelada» que la primera, como indica el hecho de que introduzca personajes que no aparecen mencionados en ninguna de las demás crónicas, como es el caso de Yanque Yupanqui. Sin embargo, «la sorpresa va perdiendo intensidad cuando apreciamos que es la inclusión de este personaje lo que permite la aparición de Cuxirimay Ocllo». Al igual que ocurre con las crónicas medievales castellanas y portuguesas, el propósito del autor aquí es establecer un linaje real para su esposa.

Otro personaje muy importante, del que tampoco habla ningún otro cronista, es Cuxi Yupangue, hermano de Cuxirimay y lugarteniente de Atahualpa. Teniendo en cuenta que Betanzos es atahualpista, la inclusión de este personaje y sus actos en contra de Huáscar sirven para reforzar la propaganda a favor del último inca y la estrecha vinculación de Cuxirimay con él, a fin de solicitar restituciones de tierras ante la corona.

En la novela encontramos muchos datos que han sido alterados voluntariamente por la autora respecto a la crónica de Betanzos. Por ejemplo, Cuxirimay se presenta como hija de Huayna Cápac y hermana de Atahualpa, en lugar de sobrina de uno y prima del otro. Cuxi Yupangue es hermano de Atahualpa. Por otra parte, en la novela aparecen datos que también podrían ser fruto de confusiones de la autora, en lugar de modificaciones conscientes. Creo que eso es lo que ocurre cuando dice que Pizarro llamaba a Cuxirimay «Pizpita». Ese era, en realidad, el apodo que Pizarro le había puesto a su primera mujer, Quispe Sisa, la hermana de Atahualpa que él mismo le ofreció al marqués en los primeros días de su prisión en Cajamarca y que, tras ser bautizada, pasó a llamarse Inés Huaylas. Angelina Yupanqui —nombre con el que fue rebautizada Cuxirimay— fue con quien se casó después de haberse separado de Inés, con lo cual el episodio de la violación que aparece al final de la novela, justo después de la muerte de Atahualpa, sería una invención literaria.

Hay documentación que habla de estos hechos y que —en mi opinión— han de ser verídicos forzosamente, por la sencilla razón de que se encontraron en un diario, desconocido durante siglos, redactado por una mujer cuyo único interés era recoger por escrito aspectos relacionados con la culinaria y la gastronomía que halló en el Perú. Me refiero al Diario de Inés Muñoz, una joya documental que resulta más fiable que cualquier crónica o libro de historia porque no esconde ninguna agenda política ni ninguna ambición monetaria o territorial. Pero esta es una historia que tendrá que ser contada en otra ocasión.

Suma y narración... recoge el testimonio de Cuxirimay

Memorias de la pivihuarmi Cuxirimay Ocllo se puede calificar como novela histórica, no porque los datos que aparecen en la novela sean reales, sino porque cumple con los requisitos literarios que se establecieron en su día para considerar una obra dentro de dicho género.

No podemos obviar algo esencial: la novela de Yánez Cossío es una obra ficticia, verosímil sin duda, pero que no refleja ninguna verdad inamovible. Si alguien pretende ver en una novela que ficcionaliza acontecimientos históricos una verdad dogmática, está cometiendo un error. Ya resulta asombroso que algunos historiadores pretendan conocer la verdad de unos hechos que fueron transmitidos de forma subjetiva por supuestos historiadores y cronistas, hechos que jamás podrán ser demostrados porque quienes los relataron se perdieron con frecuencia en las artes literarias, con más o menos voluntad artística. El asunto se complica cuando algunas personas confunden los relatos ficticios con las obras llamadas históricas.

La novela de Yánez Cossío no es un libro sobre la historia de los incas; es una novela histórica sobre una niña que nació en el Tahuantinsuyo y acabó formando parte del imperio español. Las Memorias... son también una reivindicación del importante papel que han desempeñado las mujeres a lo largo de los siglos como transmisoras del conocimiento a través de sus relatos orales.

Esta obra representa una condena y un rechazo hacia la violencia, el abuso de poder, las guerras, las conquistas y la barbarie humana y un alegato a favor de la paz y el entendimiento entre los pueblos.

Bibliografía

-Betanzos, Juan de. Suma y narración de los incas.

-Botero, Manuela. «Entrevista a Alicia Yánez Cossío». El Universo, 27 de julio de 2008.

-Carrión, Benjamín.(2009). Atahualpa. Quito: Libresa.

-Cedeño, Thalía y Dávila, Ramiro. «Entrevista a Alicia Yánez Cossío». AFESE, N° 49, 2008, p. 166-169.

-Lukács, Georg. (1966). La novela histórica. México D. F.: Ediciones Era.

-Pons, María C. (1996). Memorias del olvido. La novela histórica de fines delsiglo XX. Madrid: Siglo Veintiuno.

-Sacoto, Antonio. (2015). La novela ecuatoriana del siglo XXI. Quito: CCE Benjamín Carrión.

Yánez Cossío, Alicia. (2008). Memorias de la pivihuarmi Cuxirimay Ocllo. Quito: Manthra Editores.

Alicia Yánez Cossío. Quito, 1928. Poeta, novelista y periodista. En 2008 recibió el premio Eugenio Espejo. Su novela El Cristo feo le valió en 1996 el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce el trabajo literario en español de la mujeres de América Latina y el Caribe. Es autora de libros como Bruna, soroche y los tíos (1971) y Yo vendo unos ojos negros (1979), entre otros. En el campo de la novela histórica ha publicado títulos como Y amarle pude (2001), sobre Dolores Veintimilla de Galindo, Sé que vienen a matarme (2001), sobre la vida y gobierno de Gabriel García Moreno.

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