Publicidad

Ecuador, 23 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Poesía

José Rosas Ribeyro: conciencia de la inconformidad

José Rosas Ribeyro: conciencia de la inconformidad
28 de diciembre de 2015 - 00:00 - Por Víctor Vimos Vimos, corresponsal en Lima

La vida de José Rosas Ribeyro (Lima, 1949) es la inconformidad. Mira al mundo con la crudeza propia de quien lo sabe perdido. Quizá esa actitud fue uno de los vasos comunicantes que lo pusieron en sintonía con los infrarrealistas mexicanos, grupo en el que Ribeyro, entonces un peruano expatriado por la dictadura, exploraría el oficio poético junto a Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro.

Hoy, el autor de los poemarios Curriculum Mortis, Ciudad de Infierno y Contemplaciones, reside en París desde donde vuelve, por temporadas cortas, a su ciudad natal.

De paso por Lima, comparte con CartóNPiedra algunas reflexiones sobre su hacer poético.

1.- Si uno mira en perspectiva tu trabajo poético existe un elemento constante: la inconformidad. ¿Se llega a la poesía, también, siendo un inconforme?

Sí. Empecé a escribir porque estaba inconforme con el mundo. Tengo la impresión de que toda persona que escribe, y no solo poesía, es porque tiene cierta inconformidad. Una persona conforme se dedica a los negocios o a la política desde una posición conservadora, para tratar de que no triunfen los inconformes. Escribir, en mi caso, fue la reacción a sentir que el mundo estaba mal. Más que una conciencia literaria cuando comencé a escribir había una conciencia de la inconformidad.

Ahora, no es que yo estaba inconforme antes y que ahora estoy conforme. Sigo siendo tan inconforme como antes y quizá más aún. La diferencia es que antes la inconformidad me llevaba incluso a no soportar la vida y ahora la vida y sus placeres me gustan.

2.- La inconformidad parece un síntoma de la juventud. La generación del setenta, en la que se te inscribe, se caracterizó por materializar esa demanda de forma radical. ¿Qué tuvieron entonces como jóvenes, que los chicos de hoy no tengan?

Existía la utopía de que el mundo que habíamos recibido podía ser transformado. Teníamos la esperanza de que ese cambio lo podíamos hacer nosotros. Hoy los jóvenes no creen que el mundo pueda cambiar radicalmente. Lo máximo que aspiran es a mejorar lo que ya existe. Reformitas en relación al meollo central que es el mundo extraviado por un camino equivocado. Nosotros asumimos que desde distintos espacios se podía cambiar la realidad, por eso las artes fueron confrontacionales.

Pero en gran parte nos equivocamos. Finalmente no transformamos gran cosa en lo social y lo político y el saldo de todo esto es negativo: el capitalismo siguió imponiéndose de una manera cruel y salvaje en el mundo. El pensamiento de derecha y el oscurantismo religioso han triunfado. Fracasamos. Los caminos tomados eran equivocados y no supimos avanzar criticando y criticándonos en todos los terrenos.

Los setenta eran años en que el mundo vivía una situación particular. La guerra de Vietnam fue la primera que se pudo ver en directo a través de la televisión. Ese horror no se podía esconder, vimos, por ejemplo, en directo, cómo un soldado estadounidense le metía una bala en la cabeza a un niño.

La revolución cubana nos había legado la mitología de que cuatro chicos que desembarcan en un país con pocas armas y escasa preparación pueden toman el poder. Y ese mito, como todos, era una mentira, porque lo ocurrido en Cuba era una absoluta excepción histórica. Cuba no era Perú ni Colombia, ni Ecuador, y las realidades eran diferentes.

En los setenta la guerra civil española seguía latiendo en el aire, aparecía por todos lados, y en las cantinas entonábamos canciones de los frentes republicanos, y, sin embargo, ignorábamos mucho de lo que en verdad había ocurrido en España.

Todos esos factores que no son estrictamente literarios, pero aparecen en el ámbito literario: son una especie de saldo de rebeldía que nos fue formando.

3.- ¿Quizá esa formación alentó la idea, tan presente en esa generación, del artista como un militante comprometido, orientador de su creación hacia la causa social?

Has utilizado dos palabras que hoy me dan escalofríos: militante y comprometido. Es verdad que eran términos que utilizábamos mucho en esa época, pero para ser preciso es gente anterior a nuestra generación, gente mayor, la que estuvo más directamente relacionada con el partido comunista, por ejemplo. Para nosotros el partido comunista ya había pasado a la historia, no nos interesaba. A nosotros nos hechizó la revolución cubana antes de que la invasión soviética acabara con la primavera de Praga y Cuba se alineara con la URSS. Quizá por eso, a diferencia de la generación anterior, nosotros ya no creíamos en la poesía militante.

4.- ¿Quizá por eso el término compromiso se desplaza más allá de la retórica política?

Hay una especie de entrega a la creación poética, sí, claro, como un compromiso. No quiero decir que lo político y lo literario se hayan repelido. Podían existir y existían vasos comunicantes. En la creación aparecía el referente político pues teníamos la intención de introducir la sociedad en su conjunto, en sus diversas manifestaciones, dentro de la literatura. Quisimos romper los lenguajes literarios y hacer poesía con todas las palabras del diccionario, incluso con las que se utilizaban solo en la calle y hasta antes no tenían lugar en el poema, en la narración literaria. Quizá por ahí también ingresa el lenguaje político. En aquella época debatíamos mucho alrededor del compromiso. Uno se podía comprometer políticamente con algo, y algunos de los jóvenes de la época militamos en diversas organizaciones, pero teníamos claro que la poesía no podía estar al servicio de nadie y menos aún del partido. La creación literaria tenía –tiene- que ser independiente.

Para mí y algunos otros fue vital la lectura del texto que firmaron André Breton y Diego Rivera y en cuya redacción participó León Trotsky, el Manifiesto por un arte revolucionario independiente. Ahí se dejaba en claro que la literatura no tenía por qué seguir el camino de la revolución política sino participar con sus propios medios en la transformación social y cultural. El arte, la literatura, no tenían que estar al servicio de nadie.

5.- ¿Cuál es el riesgo de que la ideología política esté presente en la creación?

Terminar haciendo propaganda. Gran parte de la poesía que se hizo en la Unión Soviética después de que el estalinismo triunfó sobre el futurismo, Maiakovski y los magníficos renovadores del arte y la literatura rusos, fue una auténtica masacre de la literatura en nombre de los programas políticos. Eso es siempre un gran error porque se termina haciendo una literatura que vale, quizá, para el momento, como agitación, y de eso incluso dudo, pero que como literatura pierde valor.

6.- La historia dice que a ese tipo de lealtades el poder las premia con comodidad. ¿Y el riesgo que implica la poesía?

Eso del riesgo hay que abordarlo con cuidado también. Miguel Hernández, por ejemplo, murió en la cárcel, encerrado por los franquistas debido a las ideas políticas que aparecían en su poesía: su riesgo lo llevó a la cárcel, y a muchos otros incluso al fusilamiento. En el otro extremo se asume una especie de tranquilidad, de indiferencia, la intención -siempre falsa- de no estar ni en un sitio ni en otro, lo cual termina siendo siempre muy conservador. Es un poco, creo, lo que está ocurriendo en la poesía peruana actual: hay una especie de tranquilidad, de conformismo, de rechazo del riesgo, y varios poetas muy visibles escriben más o menos lo mismo. Felizmente, hay excepciones valiosas.

Por otro lado, el riesgo que creo que debe de asumir el poeta, el narrador, el artista en general, lo sitúa en un espacio de libertad que incita a romper moldes, cánones, géneros, y a salir de ellos creando obras híbridas, en las que se mezclan cosas que antes estaban enclaustradas y etiquetadas por separado. El riesgo viene, pues, porque de repente si no te conformas con seguir lo preestablecido, si no sigues el camino convencional, algunos lectores ya no te siguen, te rechazan, porque en lo que haces no ven la poesía, no captan lo literario porque no están acostumbrados a eso. Y entonces puedes dudar. O renuncias a andar por libre y fuera de las convenciones porque quieres tener cierta audiencia, un mayor “prestigio”, o insistes en tu búsqueda con el riesgo de que se te ignore, se te ningunee, se te olvide. Ese es el riesgo. Hay creadores que lo viven hasta el extremo, como, por ejemplo, en el Perú, el poeta Juan Ojeda, que terminó suicidándose. El precio es a menudo caer en la margen social, donde ya nadie te escucha ni le importas.

7.- Salir de la senda de la tradición implica entrar en discordia con esa especie de orden que trae de la mano la historia. ¿Quedarse dentro, en cambio, linda con la creación de textos complacientes? ¿Sucede eso ahora?

En general, en la sociedad hay un regreso al orden. Se ve en la literatura como en otros aspectos de la vida: un retorno al orden moral conservador que se manifiesta también en lo político y lo estético por la negación de la ruptura. Eso quiere decir que hoy muchos jóvenes comienzan a crear sobre la base de cánones que ya están enmohecidos y envejecidos. ¡Mucha de la literatura que se produce en el Perú es del siglo XIX y ya estamos bien entrados en el siglo XXI! A la ruptura de los años sesenta-setenta (producida por lo que yo y otros llamamos la Generación del 68) le ha seguido la imposición del orden. Un caso aparte es el de las mujeres escritoras de hoy. La presencia de ellas en la literatura obedece a conquistas fraguadas en las luchas de los años anteriores y hay en muchas de sus creaciones inconformismo, osadía e incluso ganas de provocar. Creo que hoy por hoy, por ejemplo, la mejor poesía del Perú es escrita por mujeres. Mujeres que, parafraseando a César Moro, no escriben para adormecer al lector, para complacerlo, sino para quitarle el sueño, inquietarlo, estremecerlo o incluso para quemarlo, ya que, como dijo Vargas Llosa en otras épocas, la auténtica literatura es fuego y, por lo tanto, quema. Pero a la par del avance en la visibilidad y derechos de la mujer, hay una especie de mecanismo social tremendamente conservador y puritano que se dedica a negar su presencia, a disminuir su influencia, a borrar sus legítimas demandas, buscando así que las mujeres no existan en primer plano.

Vivimos años de preponderancia de la literatura light, de poesía que pretende colmar su vacío con una falsa complejidad, y de narrativa que, por el contrario, busca que todo el mundo pueda leerla sin encontrar mayores dificultades, sin hacer ningún esfuerzo de su parte. En suma, por un lado, una poesía que se encierra en sí misma, se enclaustra por decisión consciente de los poetas muy contentos de sentirse elitistas, barrocos y minoritarios, y, por otro lado, una narrativa que se puede vender con cierta facilidad, que puede ser un negocio para las casas editoras. Hace 30 años y más eso no existía en el Perú, la noción de que la literatura podía ser un negocio nunca se le pasó por la cabeza a un Arguedas, a un Eielson a un Martín Adán. La poesía, sin embargo, siempre está al margen de todo eso puesto que nunca ha sido buen negocio y no lo es hoy tampoco. Lo cual explica, en parte, porque hoy por hoy va por un camino muy diferente del de la narrativa.

8.- Eres dueño de una experiencia vital que te familiariza con el viaje, con el francés como segunda lengua. ¿Crees que esto ha repercutido en tu estilo poético?

Para empezar te diré que no creo en eso del estilo. Cuando un poeta tiene un estilo quiere decir que se anquilosó, que encontró una fórmula y que se aferra a ella. Será lo que fue siempre y no hará sino repetirse. Creo que cada libro pide, reclama, necesita un estilo propio. Como no me fijo ese límite del estilo me permito pasar a través de las murallas de los géneros literarios, y situarme en un ir y venir entre la poesía, la narrativa, el ensayo, la ficción, lo autorreferencial, etcétera. Para mí esa es hoy en día la condición básica de la estética del texto literario. Diría que la estética del libro como tal es lo que más me interesa. Es un proceso complicado construir un libro porque uno oscila entre lo que quiere hacer y lo que puede hacer. Hay una especie de adaptación constante entre los sueños y la realidad, entre lo que quiero hacer con mi bagaje cultural, con mi sensibilidad, con mi dominio de la lengua, con todos los elementos que intervienen en el momento de escribir, y lo que puedo hacer según mis posibilidades de trabajo y mi disponibilidad personal. Puedo imaginarme un poema de 3 mil versos pero ¿tengo capacidad material para hacerlo?, y finalmente tal vez termine escribiendo un poema de 10 versos. Uno no lo sabe al comienzo, lo va descubriendo poco a poco. Escribir un libro es irlo descubriendo.

9.- ¿Existe para ti una conciencia de ser poeta o es algo que transita por la inconciencia?

No tengo conciencia de ser poeta. Sostengo que no soy poeta, narrador, cuentista o novelista profesional. Soy solo una persona que escribe cuando necesita hacerlo. Para mí la escritura tiene más que ver con la necesidad que con la idea de una profesión, para mí la escritura no me confiere estatuto alguno ni me permite existir en el mundo de una manera aceptable para los demás. No me interesa eso mayormente. Siempre repito una frase que Arguedas le lanzó a Cortázar: “Yo no soy un escritor profesional”. Creo ser bastante consciente de quién soy, tengo una imagen marcadamente crítica de mí mismo y a menudo, por ello, no me soporto. Tengo una fuerte conciencia moral, no dependo de un dios que me juzgue, me castigue o me recompense. Por cierto, odio las recompensas oficiales pues, como dije antes, el creador debe ser independiente, sobre todo en relación al poder. Yo me juzgo como hombre y como autor y yo mismo me apruebo o reprendo. El juicio de los demás -críticos o lectores en general- me interesa siempre y cuando hayan intentado primero empaparse en lo que uno ha hecho, que hayan tratado de comprender el libro que han leído. Desgraciadamente, en el Perú los comentaristas de libros literarios leen sin sacarse antes las anteojeras de sus prejuicios.

10.- ¿El haber madurado fuera del Perú, mediado por otra lengua y otra cultura, ha tenido un efecto en tu uso simbólico dentro de la poesía?

Cuando me fui del Perú yo solo conocía Lima y algo del interior del país pero nada más. Salir implicó ver otras cosas. Y la poesía es ver. Fui primero a ciudad de México, un sitio muy extraño que a la vez atrae y espanta. Luego viajé a Francia donde, en cambio, no había nada extraño: todo parecía estar ordenado y disciplinado desde siempre. Es evidente que estas experiencias aparecen en mis libros de poemas y en mis libros narrativos. Es evidente también que la lengua del país en el que vives tiende a querer meterse en tu lenguaje. Es un permanente tira y afloja. Estás escribiendo en castellano y se te mete el francés y de repente te das cuenta de que estás escribiendo frases que son una traducción del francés. Esa es una lucha que no me molesta ni preocupa demasiado, pues uno bien podría utilizar en su literatura términos que vienen de otra lengua o inventar con ellos frases con cierta rareza que ayuden a expresar lo que tienes en la cabeza. A veces tenemos imágenes de hechos o situaciones que no se dan allá de donde venimos, entonces aparece la necesidad de crear un término, un neologismo, una frase, que exprese con mayor precisión cosas que no existen en el otro idioma, en el idioma materno, el cual para mí será siempre el de la expresión literaria. Yo, como otros escritores, la única patria de verdad en que me reconozco es mi lengua: el castellano en todas sus variantes. A pesar de eso, uno sabe claramente cómo poner una barrera frente a esas influencias, cómo dominarlas, domarlas, manejarlas.

11.- ¿Crees que a esta altura del camino podrías tener una sospecha de dónde se asienta la esencia que te lleva a escribir poesía?

La poesía está en los ojos que ven, en la sensibilidad que siente, la nariz que huele, en los oídos que escuchan. La poesía es la transformación de todo eso que entra en uno a través del cuerpo y sus diversos sentidos. A veces ni siquiera se transforma lo recibido, solo se lo edita, se lo corta: cuántas veces uno conserva una frase que alguien dijo y la corta por aquí y la corta por allá y así obtiene un verso magnífico. No creo que la poesía esté en el exterior de las cosas sino en el interior. Por eso el tema del sujeto poético siempre me molestó. Los de la Generación del 68 hemos tratado de romper con eso. Desde entonces, ya no hay más lengua poética y sujeto poético por excelencia. Todas las palabras, todos los sujetos, pueden ser poesía, y esta la puedo escribir con todas la palabras posibles e imaginables que existan o que no. No hay temas específicamente poéticos, pues, y tampoco normas preestablecidas. Lo que sí hay es una especie de iluminación, fugaz y súbita, que aparece cuando menos te lo propones, y que con trabajo logras trasladar al lenguaje para constituir un texto literario, o no lo logras, como a menudo ocurre.

12.- Uno pensaría que el Movimiento Infrarrealista del que formaste parte en México ha sido idealizado también desde el presente. Una de las cualidades que ha experimentado esa acción esencialista, por ejemplo, es la de la fidelidad a esa idea rebelde de llegar a la poesía. ¿Han existido traiciones frente a esa posición?

De repente sí nos hemos traicionado. De todas formas uno siempre se traiciona, es casi una exigencia de la vida. Bolaño pensaba la poesía como a la vida misma, para él no había otra cosa en el mundo, ni el dinero, ni la situación social ni las publicaciones. ¿Y qué pasó cuando empezó a ganar algunos premios? En cierta medida sí se traicionó, pero creo que fue una traición respetable porque no era para obtener prestigio, mejor situación social, poder o cosas así sino para poder entregarse de lleno a la literatura. Creo, como Jean Genet, que uno de los más grandes gestos humanos es la traición. No le tengo tanta ojeriza a la traición y hay que sospechar de aquellos que aparentan ser extremadamente puros. La vida te pone en circunstancias diferentes en las que la traición es una opción constante. En cierta forma, es fácil no traicionarse cuando uno muere joven o cuando se muere al margen de todo. Mario Santiago Papasquiaro, por ejemplo, no se traicionó. La poesía para él era una forma de locura, no existía nada más que eso, y terminó como terminan los que le entregan absolutamente todo a la poesía. En su caso, alcoholizado, atropellado por un camión y tirado por ahí, todo eso porque vivió intensa y totalmente su pasión por la poesía. Yo nunca fui así. Cuando veía a Bolaño y Mario Santiago, metidos por completo en una especie de sacrificio corporal y espiritual en aras de la poesía, me sentía raro, porque yo no podía vivir así. Yo amo la literatura pero tenía y tengo otros intereses en el mundo. Nunca viví esa especie de pasión absoluta. Es más, tiendo a rechazar las pasiones absolutas, no las acepto porque sé que llevan a un camino sin salida. Creo que yo he ido viviendo tratando de no traicionarlo todo. La vida en general nos exige traiciones, como lo decía antes: la gente por lo general se adapta al trabajo, a la familia, se ata a deudas, se deja tentar por el consumo y va olvidando poco a poco lo que fueron sus luchas juveniles. Es difícil vivir a contracorriente. Si hay una diferencia es que, en medio de eso, hemos tratado de no traicionar en lo esencial y lo que hemos traicionado lo hemos hecho de forma honorable. Ya dije que yo no creo en las purezas, un ser puro termina siendo un fascista.

Contenido externo patrocinado