Fabián Casas: un poeta reactivo
Un día, luego de quedarse afuera de su departamento, sin llaves, en un pasillo oscuro y con una funda de basura en la mano, escribió un poema. Otro día lo hizo después de haber encontrado a su mujer, en mitad de la noche, llorando al otro lado de la cama. Una tercera, una quinta y una trigésima vez, Fabián Casas talló sus versos a partir de las caras que vio en el ‘subte’ de Buenos Aires, mientras esperaba a que una aspirina cumpliera con su trabajo, y al amparo de la luz fría de una refrigeradora abierta en la madrugada.
Argentino, 51 años, padre de dos niños, novelista, periodista, filósofo y ensayista, Fabián Casas es autor de una obra poética reconocida —ha ganado el prestigioso premio Anna Seghers, en Alemania, y el Konex, en Argentina— en la que el lugar común, la autocompasión, el optimismo bobito y otros intentos de publicidad engañosa revientan en mil pedazos. Con la (hiper)conciencia de su voz, Casas erosiona una por una las mentiras que nos repetimos en la esgrima tonta de los días.
todavía somos jóvenes, pero eso
se pierde enseguida.
No tenemos nada, pienso,
mientras me lavo la cara,
ni un oficio, ni una herencia,
ni una casa de sólida piedra.
En 2014, la editorial española Seix Barral reunió su poesía completa en Horla City y otros. Allí están Tuca, El salmón, Pogo, Oda, Bueno, eso es todo, El spleen de Boedo, El hombre del overol y Horla City, libros que escribió entre 1990 y 2010. Tras publicar este volumen, Casas no ha vuelto a escribir poesía. Por estos días va a clases de karate, escribe un guion de cine y se ocupa de sus hijos. Un fin de semana, sin embargo, sacó tiempo para responder estas preguntas vía correo electrónico, porque no usa Skype. Como bromas serias, como lecciones de un veterano del pánico o como bofetadas reactivas: esas son las formas posibles de recibir sus respuestas calibradas.
¿Le cansa hablar de poesía?
No, no me cansa. De hecho doy clases sobre poesía y cuando llego al curso, a veces, estoy desesperado, y después de hablar con mis alumnos, estoy bendito.
¿Por qué bendito?
Porque me siento renovado. Aprender y enseñar a la vez me libera de las cadenas.
Varias veces ha dicho que a la poesía no se la define, se la reconoce. ¿Cómo?
Me parece que definir a la poesía es un acto antipoético por excelencia. Por eso creo que cada uno, de acuerdo con su sensibilidad, la reconoce.
¿Dónde la ha reconocido últimamente?
En Johan Cruyff corriendo con su camiseta naranja, número 14, en el Mundial del 74.
¿Y en dónde no está la poesía?
En los momentos estereotipados de la vida.
Ha dicho también que en sus poemas trabaja contra la emoción. ¿En ningún momento ha trabajado junto a ella?
Los poemas surgen de la emoción, pero después se deben trabajar como se trabaja una máquina para que pueda entrar la experiencia del lector y no conducirlo, porque eso es publicidad.
Si la mejor poesía, según usted, está siempre en estado de incertidumbre, asumo que un poeta también vive siempre así…
No vivo en estado de incertidumbre, el 80% de mi vida es un cliché.
Malvolio, en serio te digo,
olvidá tu vanidad.
No somos animales fabulosos.
Somos tamagotchis asustados bajo el granizo,
perritos de ceniza, clauditos, x…
Después de leer Horla City y otros uno se siente desamparado. ¿Le dicen mucho eso sobre su poesía? ¿Qué suelen comentarle sus lectores?
Me comentan de todo, me paran por la calle, me dicen que vuelva a escribir poesía; esas cosas. La mamá de una compañera del colegio de mi hija Anita me dijo que lloró toda la noche: le pedí perdón.
¿Desde cuándo ya no escribe poesía?
Desde que publiqué mi obra completa no volví a escribir poesía en verso. No sé por qué, como la mayoría de las cosas que me pasan en la life,
Recién salido de la ducha, me paro para ver mi cuerpo en el espejo.
Nada especial, me digo, es un objeto más en el mundo.
Fabián Casas, sin anteojos,
cargando una estructura que comprende.
Quienes leen poesía, dijo una vez, están preparados para afrontar un montón de cosas de la vida cotidiana de otra manera. ¿Qué cosas ha afrontado con poesía?
Siempre les digo a mis alumnos que una técnica que te sirve para escribir también debe servirte para vivir, sino no me interesa. Hace poco me escribió un alumno del taller de poesía del año pasado que ahora está viviendo en Venezuela y me dijo que las cosas que aprendimos entre todos ahora él las está aplicando en la vida cotidiana: no conozco un triunfo más grande que ese.
¿Cosas como cuáles?
Eliminar la importancia personal, aceptar que la vida es pura permanencia, buscar la voz extraña y no la voz personal, trabajar contra nuestra habilidad, tener una gran capacidad de frustración para no ser unos frustrados. Aceptar que el poema puede querer decir algo que nosotros no queremos decir, dejarlo crecer y acompañarlo sin infundirle miedo.
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Al final de Horla City y otros hay un ensayo titulado ‘La voz extraña’. En él, Fabián Casas, escribe: «A esto, que voy a llamar La Voz Extraña, no se lo puede definir, pero se lo reconoce. Tiene las características de la poesía. Y a veces se lo puede aislar del cuchicheo incesante de nuestro ego. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, la máquina se pone en marcha y se activa nuestro diálogo interno. Ese diálogo construye el mundo en el que vivimos». A Horla City, en cambio, la define como la ciudad del miedo.
¿Qué le ha dicho o dictado últimamente la voz extraña?
La voz extraña me susurra obras de teatro, pero son muy malas.
¿Sigue viviendo en Horla City? ¿Qué pasa o qué ha pasado por allá?
Ganó Macri, la derecha definitiva.
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Lo dicho: chistes, bofetadas, lecciones.