El representante de Reporteros sin Fronteras en Ecuador, Eric Samson, lo ha dicho sin ambages ni entre dientes: Emilio Palacio  “era su propio editor, pero ya no actuaba como periodista, actuaba como político”. Y añadió que El Universo debió controlar la publicación de sus artículos, “que ya se pasaban de la raya”.

La actual directora del matutino guayaquileño, Nila Velásquez,  también lo dijo: “Yo hubiese conversado con Emilio antes de que publicara su artículo”.  Y una serie de periodistas “críticos” del Gobierno coinciden en que el artículo “No más mentiras” rayó en la injuria sin tener argumentos ni pruebas para su afirmación. Salvo por aquellos políticos “oportunos”, el artículo no ha recibido ni un solo aplauso. Incluso, desde el orden semántico, como no lo pudieron demostrar los abogados defensores, tiene fallas para que sustente una afirmación o por lo menos una tesis.

Y ayer El Telégrafo publicó una nota donde se “revela” que El Universo ya recibió una sentencia por injurias. Pero ningún medio hizo de eso una noticia de tal proporción que mereciera la “angustia” de la CIDH.

Entonces, volvemos al tema de fondo: ¿Qué le impidió y le impide a El Universo rectificar algo que la comunidad internacional ya ha demostrado que es una injuria? ¿Por qué tuvo que pasar un año, un juicio y una enorme campaña mediática para que rectificaran sobre un artículo probadamente injurioso? ¿Tendrá Reporteros sin Fronteras la valentía de decirle al Gobierno de los Estados Unidos que Palacio está pidiendo asilo político por haber publicado una injuria? ¿El Presidente de Panamá podrá demostrar que detrás de Carlos Pérez Barriga hay una persecución política, gracias a la publicación de un “comentario” de un periodista que deja mucho que desear porque se convirtió, desde su condición de editor, en “un actor político”?