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El Telégrafo

La lucha contra el VIH-sida tiene tareas pendientes

02 de diciembre de 2019

Los médicos no entendían de qué se trataba cuando los primeros pacientes contagiados con lo que hoy se conoce como virus de inmunodeficiencia humana (VIH) aparecieron en la década de 1970. Los síntomas que mostraban los pacientes de la enfermedad derivada del virus, a la que hoy conocemos como síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida), no concordaban con ningún padecimiento al que la ciencia hubiese enfrentado hasta ese momento.

Los afectados eran propensos a contraer cualquier enfermedad y morían a causa de ella sin que el cuerpo atinase a defenderse debido al mecanismo, por entonces no entendido, de supresión del sistema inmunológico.

El mal parecía presentarse únicamente en varones homosexuales, por lo que grupos conservadores empezaron a llamarlo el “cáncer de los gais” y lo atribuían, obviamente sin ninguna base científica, a una especie de castigo divino por una vida disoluta.

Mucho camino ha recorrido la investigación científica desde entonces. Ahora sabemos que el contagio del VIH no se produce solo entre la comunidad LGBTI, sino que todos estamos expuestos. Los avances farmacológicos impiden que quien contrae el virus desarrolle irremediablemente la enfermedad; esto hace que lo que en inicio era prácticamente una sentencia de muerte se haya convertido en la posibilidad de llevar una vida más o menos normal.

Estos adelantos, sin embargo, chocan con situaciones, como el costo de los antirretrovirales para el tratamiento y, aunque parezca difícil en una época con alto desarrollo de las tecnologías de la comunicación, aún resulta escasa la difusión entre grandes grupos sociales sobre las formas de contagio y prevención.

En el país, según cifras oficiales, las personas con el VIH eran 43.887 a fines de 2018. Y la edad de contagio ha descendido del período que va de los 23 a los 30 años a la adolescencia (17 a 15 años e inclusive casos de 14). Frente esto, el Estado y la sociedad tienen tareas pendientes para reducir la cifra de infectados, mejorar la cultura de prevención y garantizar el acceso a los tratamientos. (O) 

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