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El Telégrafo

Sexbots y otredad

12 de agosto de 2018

Al mismo tiempo que se jugaba el Mundial, en Rusia se inauguró el primer prostíbulo cuyas trabajadoras sexuales son humanoides. Estos ya existen en Japón, en Francia y en España. Noel Sharkey, profesor emérito de robótica e inteligencia artificial de la Universidad de Sheffield (Reino Unido), asegura que “existe la posibilidad de que el sexo con robots cambie nuestra forma de relacionarnos y se convierta en la norma”. Cada vez se encuentra más cercano el momento en que las distopías promovidas en películas como Blade Runner o Metrópolis se hagan realidad, y ya se debate respecto a los derechos de los sexbots.

Pigmalión, insatisfecho ante la supuesta “imperfección” de las mujeres en Chipre, esculpe una a su gusto en un bloque de marfil al que rinde adoración. Afrodita se apiada de él y cumple sus deseos dando vida a Galatea, con quien se casa y tienen a su hija Pafo. Quizá este mito funcione como antecedente; la fantasía de la proyección del ego en un objeto inanimado con forma “humana” aparece en diferentes culturas, incluso en Shakespeare.

Además de elegir el modelo a gusto, algunos científicos aseguran que los humanoides también podrían programarse según los deseos sexuales de sus clientes. La televisión y la publicidad ayudaron en la legitimación de un cuerpo cosificado y homogeneizado que anula las diferencias –en donde radican la subjetividad y el amor–. A esto se suman las redes sociales, proveyendo la fantasía de las relaciones sexuales aseguradas con un click.

Los adelantos tecnológicos parecen proveer la solución en la sustitución de un otro “digitalizado” que encarna los imaginarios estéticos dominantes, siendo el salto entre el deseo inconcluso producto de las redes sociales y su “realización”. De este modo, que el sujeto entre o no en contacto con el otro de “carne y hueso” resulta circunstancial en la medida en que sea capaz de registrar a este otro “mediado” e indiferenciado respecto de su “corporalidad digital”. No es extraña entonces la aparición de los sexbots pero ya no como una fantasía limitante sino como parte de este otro “alucinado” acorde a los deseos individuales sin generar riesgo alguno: la trabajadora sexual “humana” aún guarda la posibilidad de la “desilusión”. No siendo así el encuentro con el otro sino con uno mismo.

En una de las versiones del mito de Pigmalión, Afrodita vuelve a transformar a Galatea en marfil justo al momento del encuentro amoroso, dejando a este atrapado entre sus piernas, metáfora asociada al límite y la castración. Lo que suceda con los sexbots es aún una incógnita. (O) 

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