La hermana República Bolivariana de Venezuela vive un momento tenso. El estado de salud del presidente en funciones, reelecto en octubre pasado, genera y revela toda clase de pasiones.
Por un lado está el apoyo mayoritario de su pueblo, que ora, reza y ruega porque Hugo Chávez recupere su fortaleza y se mantenga al frente de la conducción política.
Y por otro, perversamente, están la oposición y los grupos de presión internacional que subrepticiamente imploran porque el mandatario venezolano termine sus días en La Habana.
Por eso se entiende la campaña desinformativa y de rumores que emprenden todos los días los supuestamente éticos y morales medios de comunicación, que sin confirmar ni contextualizar ninguna noticia, informan lo que les da la gana.
¿Qué pasaría si le ocurriese lo mismo al mandatario estadounidense? ¿Dirían que el respeto a la persona y al mandatario impide publicar cualquier rumor?
Lo de fondo ahora es que las instituciones y autoridades venezolanas tienen la última palabra sobre lo que debe ocurrir, legal y jurídicamente, en esa República el 10 de enero y los días posteriores si Chávez no recuperase su salud hasta esa fecha.
Solo su pueblo y autoridades, legítimas y éticas, pueden abordar el tema para tomar decisiones responsables. Nadie, ni de adentro ni de afuera, puede hacer de esto “caldo de cultivo” para minar o expoliar un proyecto político transformador, que no solo depende del petróleo y sus precios (como aseguran “inteligentísimos” analistas ecuatorianos en la prensa privada y comercial todos los días). Un proceso político no se impone para perdurar, se sostiene porque quienes lo sustentan tienen legitimidad. Lo contrario sería inventar teorías políticas para justificar lo falso.
Venezuela es un país hermano latinoamericano y esperamos que su futuro inmediato sea para bien de todos sus habitantes, eso es lo importante.