La participación ecuatoriana, al más alto nivel, en la Cumbre Río+20, advierte una señal planteada desde hace varios años ya: desde el Sur hacemos mucho por conservar al planeta y priorizamos estos encuentros para posicionar tesis de avanzada, como el Buen Vivir, para transformar la matriz de desarrollo pensando en el ser humano.

Sin embargo, todo el esfuerzo que hagan los países del Sur por salvar a la naturaleza no tendrá ningún efecto si los del Norte no terminan de asumir sus responsabilidades.

Y ellas tienen que ver con la reducción considerable del consumo sustentado en energías no renovables o fósiles.

De hecho, un indicio del posible fracaso de la Cumbre es la ausencia de  los presidentes o jefes de Estado de países como Alemania o EE.UU., porque son ellos los que tienen que comprometerse a cambios profundos en su modo de vida y en el manejo económico de sus naciones para que no sean la causa del deterioro ambiental del resto del planeta.

Al parecer, la Cumbre de los Pueblos, que se reúne de forma alterna en Brasil en estos momentos, ya ha demostrado que  Río+20 no será un espacio para decidir grandes cambios, sino para reafirmar las frustraciones de siempre. Y por lo mismo, hay que actuar de otras maneras y con otros discursos.

Ventajosamente, cada día es más evidente que desde el Norte no vendrán las soluciones para todo el planeta y, por tanto, corresponde al Sur dar las pautas y actuar colectivamente. Habrá que señalar a quienes se oponen a esos objetivos colectivos, también dentro de los países del Sur, dada su adscripción a las conductas hegemónicas.

De todos modos la presencia ecuatoriana, con el presidente Rafael Correa a la cabeza, pondrá un elemento adicional a todo el debate ecológico: desde este país se sientan las bases para un paradigma distinto. La propuesta Yasuní
es una, pero hay que avanzar en otras, independientemente de lo que pase en Río+20.