Los tres han hecho trabajo en sus comunidades con su plata. Incluso quizá más trabajo social y de beneficio popular que uno que otro candidato a la Presidencia caído “en paracaídas” en el Ecuador para hacer carrera política a favor de los bancos.

Si ganan o no, si participan por uno u otro partido político, aparte de que es una decisión muy personal, los tres futbolistas han actuado a favor de un sector minoritario, pero sobre todo excluido, rechazado y vilipendiado por siglos.
Uno de ellos, desde hace rato, colabora en Esmeraldas para que los niños vayan a la escuela. Lo hizo en los tiempos en que gobernaban presidentes que nunca se acordaron de esos sectores. Y los resultados están ahí, para que los “analistas” los revisen y decidan si comentar a favor (o también votar por él).

El otro puso una fundación en una zona pauperizada de la provincia de Carchi. Por él algunas personas reciben atención social, educativa y hasta médica. Cuando estaba en lo mejor de su carrera deportiva, todos los medios se encargaban de destacarlo. ¿Ahora por qué no?

Y el otro, en la provincia de Imbabura, puso a sus parientes, paisanos y, sobre todo, a los más jóvenes a jugar fútbol en otras condiciones, no en las mismas en las que él tuvo que esforzarse para llegar a ser el mejor goleador de una eliminatoria a un Mundial por encima de muchas estrellas.

Con los tres ahora hay un estigma lacerante: se hacen políticos. ¿Y no es política lo que hicieron con su gente, con su plata, con su iniciativa? ¿O porque son afroecuatorianos no tienen una visión de la realidad para proponerla a un ente legislativo y desde ahí cambiar las leyes “blanqueadas” y “mestizas” con las que se ha gobernado desde hace mucho a este país?

Lo de fondo es que en esas críticas, aparte de la desinformación e ignorancia, también hay un racismo encubierto de una sociedad y de unos medios entregados a la cultura blanco-mestiza.