Colombia vivió ayer una jornada de protestas. El gobierno del presidente Iván Duque trató en los días previos de evitar que se repitiera lo ocurrido desde octubre en otros países de la región: una extensión de las manifestaciones por varios días, junto con la aparición de actores que buscan generar el caos y la respuesta, de diversa dimensión, de los cuerpos de seguridad.
Hasta inicios de la tarde, el rechazo a proyectos del régimen, como reformas al sistema de pensiones y elevación de tarifas eléctricas, se manifestaba a través de marchas masivas en varias urbes de ese país, sin que surgieran hechos de violencia excesiva.
Más allá de los detalles específicos del llamado paro nacional, convocado por sectores gremiales, la jornada colombiana guarda similitudes con las muestras de descontento expresadas en otras zonas de la región, e incluso del mundo; tal es el caso de las protestas protagonizadas hace meses por los denominados “chalecos amarillos” en Francia.
El origen es, básicamente, la inconformidad de diversos sectores sociales, pero en especial de las clases medias, con las condiciones de desigualdad persistentes en muchas partes del globo; aquello es a pesar de los importantes avances de desarrollo experimentados en las últimas décadas en el planeta.
Si bien la cobertura de servicios básicos, educación, infraestructura y acceso a empleos y tecnología ha aumentado en muchas naciones gracias, entre otros factores, al proceso de globalización que vive la humanidad, aún existen grandes injusticias en el mundo.
Por un lado, por ejemplo, las 26 personas más ricas del mundo poseen más dinero que los 3.800 millones de seres humanos que tienen menos recursos. Asimismo, aquellos que han mejorado sus condiciones de vida esperan más oportunidades de superación.
Por ello, protestas como las de ayer son una oportunidad para las llamadas élites, de buscar fórmulas para terminar con las inequidades. (O)
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