El jefe de Gobierno de España, Mariano Rajoy, no ganó porque su partido el PP triunfara sino porque el PSOE perdió. Lo han dicho de muchos modos los mejores analistas de ese país. Y ahora eso está más probado que nunca: su “varita mágica”, la que expuso en la campaña electoral y, sobre todo, en su discurso de posesión, no le da ningún resultado.
La reacción ciudadana de los españoles, especialmente de las generaciones más jóvenes que ven su futuro hipotecado a una filosofía y a un modelo que solo funciona en Alemania, ha sido protestar ayer con virulencia y hasta con violencia.
Las reclamaciones de los sindicatos son tan o más numerosas que las de los “Indignados” y con una plataforma política y reivindicatoria mucho más contundente.
El panorama económico es desolador, aunque en la calle la gente consume, come, va al fútbol, goza con Messi y hasta pasea por las playas de América Latina.
Pero eso, para la gente pobre y para los estudiantes españoles, no es igual: los desempleados ya se cuentan por millones en un país que se preciaba de estar en el techo del mundo; los migrantes se van de la nación a la que llegaron como si fuese su salvación; los empresarios retiran sus inversiones porque nadie les garantiza que mañana la economía no se devorará todo su capital.
La derecha española ahora tiene una obligación: gobernar para sacar a su país de la crisis y no solo a quienes los apoyaron, menos aún a las empresas, porque la pobreza está golpeando a las clases medias, en general, pero fundamentalmente son los pobres, los migrantes y esos jóvenes (igual que pasó en Ecuador al inicio de este siglo) que ven su futuro más incierto y lleno de vacíos.
Con tantas conexiones con España, para los ecuatorianos no pasa desapercibido su drama, porque allá también hay compatriotas que viven sus angustias por un gobierno que ahora se somete al capital por sobre toda prioridad humana.