Hace poco a propósito de que Pedro Restrepo decidió, en uso de su libertad de expresión y de la más alta y también cruel experiencia que vive (en presente) por la acción y omisión del Estado ecuatoriano hace más de treinta años, decir a través de las redes sociales “#YoSoyCorrea”; un vendaval de insultos le cayó encima sin más razón que el odio y la mínima reflexión que algunos personajes públicos han cultivado obsesivamente contra el expresidente. La lucha colosal y en un principio solitaria de don Pedro y su familia, en tales mentes, quedó atrás y ya había sido resarcida por una cantidad de dinero que el Estado, por Ley, le retribuyó.
La sinrazón domina a una parte de la opinión pública nacional. La obcecación anticorreísta no diferencia nada y abusa de su frágil hegemonía política y mediática para imponer unas “verdades” que no por repetirlas mil veces se convertirán en realidad.
Sin embargo, meterse con el símbolo y el temple de Pedro Restrepo rompió toda consideración ética. En el fondo lo que intentan señalar esos seres virtuales es más que sencillo y también horrible: defienden el Estado represor que en los ‘80 convirtió al país en un laboratorio de persecución de supuestos subversivos y narcos contra quienes los escuadrones de la muerte tenían carta abierta para desaparecerlos o matarlos. Lo diré de otro modo: atacar a don Pedro es legitimar la institucionalidad que en los ‘80 asesinó a sus hijos. ¿Por qué? Porque en la fantasía febril de los custodios de la libertad de conciencia y palabra de Pedro Restrepo el gobierno que presidió Rafael Correa fue peor que el que rigió León Febres-Cordero. ¡Pero hasta la comparación es burda!
El actual fanatismo político y mediático causa estupor. Es casi imposible sostener en el presente que vivimos una democracia abierta en la que lo que diga un ciudadano es respetado. Hoy no hay escuadrones de la muerte persiguiendo supuestos terroristas (categoría en Ecuador instalada por Febres-Cordero para deshonrar a los guerrilleros) sino toda una institucionalidad, comandada por la ilegítima mesita transitoria, que hace y deshace del estado de derecho.
Querido don Pedro Restrepo, perdónelos, porque no saben lo que hacen. (O)