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El Telégrafo

El mariscal Sucre debe seguir su descanso eterno en Quito

27 de enero de 2019

Simón Bolívar consideraba que el mariscal Antonio José de Sucre fue el soldado más valiente y leal de sus tropas, a quien podía delegar misiones importantes en su incansable búsqueda de la libertad de América. Estratega y triunfador en la crucial Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, con la cual se definió nuestra independencia, y de otras como la de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, Sucre estuvo casado con la quiteña Mariana Carcelén y siempre expresó su anhelo de que cuando muriera, sus huesos se quedasen en Ecuador o fueran arrojados al cráter del Pichincha.

Al igual que Bolívar, fue un visionario para su época, entendió el concepto de “Patria Grande e incluso pudo haberse convertido en el primer presidente ecuatoriano, si es que no hubiera sido asesinado en su último viaje a Quito mientras cruzaba por los bosques de Berruecos, en el sector de Pasto, en un caso que algunos historiadores creen fue planeado por Juan José Flores, también venezolano, quien luego fue el primer mandatario de Ecuador, recién separado de la Gran Colombia. En estos días, en uno de sus acalorados discursos y con total desconocimiento de la historia, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, reclamó a Ecuador que los restos del mariscal fuesen devueltos a Venezuela. El cadáver de Sucre está depositado en un lugar muy especial de la Catedral Metropolitana de Quito, curiosamente muy cerca del de Flores. Para llegar allí tuvieron que pasar 70 años porque, tras su muerte, doña Mariana Carcelén, quien envió a traer el cadáver desde Pasto, lo escondió, primero en su hacienda cercana a Quito y después en el convento del Carmen Bajo, delante del altar de la iglesia. Desde el 24 de abril de 1900 el cadáver permanece en la Catedral y fue Eloy Alfaro que ordenó la sepultura en la principal iglesia de Ecuador. Sucre amó apasionadamente a Ecuador y los ecuatorianos lo consideramos uno de nuestros padres históricos. Una calentura política no debe alterar el anhelo del Mariscal -y de todos los que integramos nuestro país- de que descanse en Quito. Y en paz. (O)

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