De acuerdo con el reportaje del corresponsal de este diario en Madrid, publicado el domingo pasado, los ecuatorianos afectados por la banca española fueron reprimidos el jueves anterior.
Los botaron de la calle, les retiraron parte de su documentación con la que reclamaban sus derechos y su dinero.
Y eso, que en la prensa comercial y privada de Ecuador no es noticia, allá constituye un ejemplo para los españoles y para los europeos en general. Nuestros compatriotas no están para someterse al olvido, y menos para permitir -por segunda vez- el irrespeto a sus derechos, como ocurrió hace más de diez años por los banqueros ecuatorianos, lo que motivó la emigración masiva.
Para nadie puede ser extraño que nuestros compatriotas actúen así. Al contrario, tenemos mucha memoria para entender que esa lucha tiene y adquiere muchos sentidos.
La crisis financiera y política que vive el mundo capitalista no se entiende sin sopesar las causas estructurales que tiene en un modelo que prioriza el capital al ser humano. Y con ello desplaza todo tipo de acción y solución al mismo terreno financiero a favor de las grandes corporaciones y deja por fuera a los más afectados: los seres humanos que colocaron su dinero en esas entidades que tenían la obligación de cuidarlo y rendir cuentas de su uso.
Aunque parezca lejano, es simbólico el esfuerzo que hacen los ecuatorianos para que sus derechos se respeten y sus bienes sean devueltos. Algunos han optado por volver a su país, donde ahora encuentran respuestas y empleo, pero los que se quedan tienen familias constituidas estos años y no pueden abandonar ese suelo.
Como ningún otro país, Ecuador ha hecho mucho por sus migrantes y los atiende. Por eso, ahora, su lucha política debe recibir el apoyo de las organizaciones políticas y todas las instancias que hagan falta para no dejarlos en el desamparo total.