Ayer se consumó lo que para muchos era una noticia no confirmada: se retira definitivamente del proceso electoral el actual vicepresidente Lenín Moreno.
Y con su salida hace falta una reflexión muy generosa: él le dio a la política ese rostro y ese contenido que para la práctica partidista nunca estuvo en sus planes y que quedaba como tarea filantrópica de las primeras damas y de las entidades caritativas, cuando sabían perfectamente que ahí estaba la mayor expresión de la injusticia y la inequidad, sin mencionar el abandono, el racismo y la exclusión.
Con el trabajo de Moreno en seis años han cambiado muchas cosas, pasando por el protocolo con que el cargo era asumido, las sospechas que generaba, para llegar a ser un servidor público con muchas tareas, responsabilidades y resultados.
Por eso ahora, la figura y el cargo tienen un reflejo de otras formas de ejercer las responsabilidades públicas. Eso conlleva, también, una reflexión del sentido mismo de la vicepresidencia. Con lo hecho por Moreno se ha dado el salto para superar esa visión de que era un reemplazo o simple sucesor.
La atención a las personas con discapacidad fue en la práctica una verdadera revolución dentro de la misma Revolución Ciudadana. Cuando nadie se lo esperaba las personas con discapacidad pasaron a ser protagonistas y objeto de muchas acciones públicas. Para hablar en crudo: se visibilizaron social, política y económicamente. Con su presencia, además, nos avergonzamos de lo poco que habíamos hecho como sociedad con ellos.
Ahora las personas con discapacidad no se ocultan ni los ocultan, no los encierran ni encadenan, mucho menos las deja morir. Ahora ganan medallas, forman parte del servicio público y tienen un lugar preferente en cualquier escenario.
Si la salida del proceso electoral de Moreno es un paso o el fin de una etapa, su legado debe conllevar otras pedagogías para todos los políticos.