En las páginas noticiosas de este Diario se ha denunciado una soterrada campaña de “colegas” periodistas, de medios privados o de la oposición. Paradójicamente esa campaña inicia cuando este periódico público empieza a presentar varios reportajes de los cables revelados por la fundación WikiLeaks a los cuales tuvieron acceso otros diarios de Ecuador y del mundo.
Paradójico porque quienes proclaman hacer periodismo, no oposición, con todo lo que publican, cuando sienten el peso de la “competencia profesional” acuden a las más bajas venganzas e improperios.
La libertad de expresión no es patrimonio ni exclusividad de la prensa ni de los periodistas de las empresas privadas. Por varias veces y voces se ha dicho que es, ante todo, de la ciudadanía y que los medios, en su justo derecho, la ponen en escena para intermediar con los poderes.
Hasta ahora lo ocurrido con los reportajes de investigación de El Telégrafo solo deben significar un aporte más a la discusión de la realidad nacional, porque se ha hecho profesional y responsablemente. Pero, nadie lo esperaba, la reacción ha sido una avalancha de insultos, incluidos los de uno de los propietarios del diario que ya fue sentenciado.
¿Por qué? No hay una sola prueba, línea o palabra con las que este Diario haya insultado u ofendido a otros medios con su tarea periodística. El propietario del diario El Universo se atreve a publicar en las redes sociales que “El Telégrafo es un fraude” y todos nosotros nos preguntamos, ¿qué negocios ha hecho este periódico, comparados con los de la familia propietaria del matutino guayaquileño? Ninguno.
Podremos tener defectos y carencias (y también tenemos virtudes), pero jamás nos podrán endilgar improperios por decir la verdad. Es más: a todos ellos les invitamos a que escriban de esto en sus propios medios y también en los nuestros, pero que lo hagan con responsabilidad y ética.