Claro, la primera era minera, para ciertos estudiosos, ya ocurrió cuando llegaron los españoles y saquearon muchas tierras. En aquellos años, los indígenas fueron mano de obra esclava, sometida, acribillada en su cultura y vida.
Pero también hay otros, sobre todo los “ancestralistas”, que reconocen que la primera oleada minera no fue española, sino de los propios “imperios indígenas”, entre los siglos XII y XV.
De hecho, esos “ancestralistas” afirman que la misma existencia de esos “imperios” solo pudo darse en la misma medida que saquearon las minas de los pueblos que iban dominando y exterminando.
Sea cual fuere la explicación histórica de las “eras mineras” de nuestra región andina y de lo que hoy conocemos como Ecuador, lo cierto es que en ninguna de aquellas esa riqueza permitió una acumulación económica para el bienestar de los pueblos de donde se extraían los metales.
Por el contrario, mucho más en el caso de la conquista española, esa riqueza garantizó el nacimiento de un capitalismo europeo, que ni siquiera se quedó en Madrid o Barcelona, sino que sirvió para pagar muchas de las deudas, guerras y hasta lujos de los otros imperios, coronas, nobles y aristócratas que se resistían al surgimiento de la burguesía.
Es fácil discutir calificando de extractivista a un Gobierno si no se consideran ni la historia ni las condiciones en las que ocurre esa “nueva era minera”.
Ahora, por lo que dicen los contratos, la riqueza que nazca de la explotación minera beneficiará, sobre todo, a las poblaciones de donde se extraigan los minerales. La mano de obra, con todo lo que ello implica en la cadena de producción, será de la localidad. La infraestructura servirá para la explotación, pero también para los servicios y atención de los pobladores.
Lo que no trae la “nueva era minera” en ciertas cabezas de “políticos” es una contrapropuesta de vida para salir de la pobreza en esas localidades.