Acostumbrados a ver la foto oficial, condenados a que esa imagen constituya la peor revelación de la realidad, inquietos por sacudir la imagen y rellenarla de una cercanía con los seres más humanos, la fotografía publicada por este diario el lunes pasado constituye una metáfora de nuestros tiempos: el placer del fútbol desdobla toda formalidad para proyectar el verdadero sentido de la política mundial.
Mientras el Primer Ministro británico, sin corbata, con las mangas de la camisa recogidas y los brazos en alto, festeja el gol de su equipo en la final de la Champion League; Barack Obama, ataviado también de manera informal, fija su mirada en la conquista y grita; la jefa del Estado alemán, atónita, no cree que su equipo, al que ella representa en la Cumbre presidencial, el Bayern Múnich, pierda la copa en su propio país, ante miles de aficionados que se creyeron que de locales se puede todo. Y a su lado un flamante presidente francés, sin corbata, ni parpadea para saborear un triunfo sobre los alemanes que hace tiempo añoran los galos.
Nadie piensa ni imagina qué decidió la cumbre de los “ocho grandes”.
Quizá hayan tenido tiempo para hacer cuentas de las pérdidas monetarias y simbólicas del capitalismo en los últimos cuatro años. Quizá tampoco importe mucho porque, en la práctica, esos presidentes han demostrado que en sus manos no está precisamente el destino de sus propias naciones o del resto del planeta.
Porque, quizá, están muy conscientes de que, saliendo de ese encuentro, son las grandes corporaciones las que les pedirán cuentas, y posiblemente serán mucho más exigentes que los técnicos de los equipos de fútbol que fueron a la final en Múnich.
O tal vez aprendan que perder y aceptar la realidad es una pedagogía de la cual se han alejado ya demasiado para garantizar bienestar a la humanidad entera.