Es un decir: los colegios de donde salieron los mejores alumnos en las pruebas para acceder a 59 universidades públicas son de la clase media típica.
Y con eso todavía falta mucho, porque colegios como el Mejía y 24 de Mayo, en Quito, o los de las provincias de Imbabura o Manabí, fueron olvidados en los últimos años por el sistema educativo, y por esa clase media que busca “abrirse camino por cuenta propia” se han sostenido.
La diferencia es que ahora los alumnos de esos colegios y de ese sector, gracias al sistema de evaluación y estímulo implementado por la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, tienen mejores oportunidades y facilidades para continuar su carrera académica y profesional.
La prensa comercial y de la oposición destacará las cifras al revés, como ya hizo un diario sentenciado. Dirán que solo unos pocos alcanzaron altos puntajes, pero dejarán de lado las cifras de ese alto número de estudiantes que, a pesar de no contar con todas las facilidades y condiciones económicas para estudiar, han sacado buenas calificaciones.
Eso demuestra que, cuando el Estado cumple con su rol y garantiza el derecho a la educación, no como un postulado sino con políticas públicas concretas, equitativas y de alto valor científico, no hay duda de que la sociedad, la más relegada, responde, porque sabe que ahí está su futuro.
Aunque la oposición y los hipercríticos se tapen los ojos ante estas realidades, la cruda verdad es que ahí se están sembrando cambios para cosechar en el futuro, independientemente de lo que ahora eso constituya un rédito electoral.
Por eso, quizá, tiene razón un economista crítico del actual Gobierno, como es Walter Spurrier, cuando dice que la resistencia de ahora, el costo político de modernizar el Estado, no importa, si el Ecuador puede cambiar en el futuro inmediato. Y eso lo saben ahora los estudiantes mejor puntuados.