La declaración de Barack Obama de ayer lo dice todo: “Los líderes de Irán deberían saber que no tengo una política de contingencia; tengo la política de evitar que Irán obtenga un arma nuclear... No dudaré en usar la fuerza si fuera necesario para defender a Estados Unidos y sus intereses”.
Y textualmente advierte de algo que sobrepasa cualquier consideración soberana: Estados Unidos no quiere que Irán tenga un arma nuclear. ¿Y sí deja que Israel tenga 200 ojivas nucleares en un territorio cien veces más pequeño que Irán? ¿Israel sí defiende los intereses de EE.UU.? Como Irán no hace lo mismo que Israel, ¿entonces la amenaza, desde el otro lado del planeta Tierra, es una guerra, con todas sus implicaciones?
Pero Obama y Europa saben que sus declaraciones y llamados a Irán ocurren en un momento y en un terreno que no les es favorable: China y Rusia han advertido con absoluta claridad -en voz de sus mandatarios, no de sus cancilleres ni embajadores- que una guerra con Irán es una amenaza general de una conflagración mundial, que ellos no permitirán.
Mucho más ahora cuando en Rusia ganó las elecciones Vladimir Putin, uno de los líderes más frontales en este tipo de temas.
El Premio Nobel de la Paz, que también es el actual presidente de los EE.UU., no toma en cuenta un dato desde su propio país: hace un poco más de una semana, 16 instituciones científicas reconocieron que Irán no constituye un peligro ni una amenaza nuclear porque “simplemente” no hay pruebas de armas nucleares, que sí hay programas científicos con energía nuclear, como hay en muchos países a los cuales Obama no señala como un peligro ni un potencial enemigo de guerra.
Y esas entidades hicieron un llamado a la paz de las naciones, bajo esas consideraciones de carácter científico. Lo que olvidaron ellas es que lo que está en juego es el control del mercado del petróleo y las vías de comercio frente a Irán.