Las aguas del Golfo de Guayaquil pertenecen de modo secular a Perú y Ecuador en sus respectivas áreas de soberanía y su jurisdicción. Y por ello se ha constituido en una unidad geográfica y ecosistémica por la explotación de los recursos naturales, intercambio comercial y navegación.

Esa es la definición más trascendente e histórica del encuentro presidencial y ministerial realizado el pasado viernes en Cuenca, entre los mandatarios Rafael Correa y Ollanta Humala. Y es también un hito en las relaciones bilaterales.

Sin mediar ninguna guerra ni conflicto bélico se ha llegado a resolver una de las controversias más largas con nuestro vecino. Y se lo hace por la voluntad y colaboración entre naciones y países hermanos, gobernados por autoridades que no están empujadas por los mercaderes de armas y municiones, sino por quienes piensan que la solución pacífica de los conflictos es la vía más democrática y a favor de los pueblos.

Además de declarar al Golfo de Guayaquil como “Bahía Histórica”, después de seis meses del encuentro sostenido por los dos mandatarios en Chiclayo, la cita de Cuenca permitió revisar los proyectos comunes entre las dos naciones.

Claro que ahí hay un déficit: el proyecto Puyango- Tumbes está demorado, todavía sigue en las bases de los estudios. Y eso constituye una afrenta que es urgente resolver. El Puyango-Tumbes es casi como lo que significó para el siglo XIX el ferrocarril entre Guayaquil y Quito.

Hay que recordar que con ese plan se habilitarán 19.500 hectáreas de cultivo para el lado peruano y 22.000 hectáreas para la zona ecuatoriana. Y con ello se estimularían muchas actividades, ingresos y el mismo desarrollo de la zona, atrasada, afectada durante décadas por el abandono de los gobiernos de los dos países que se concentraron en la centralidad administrativa y política en contra de las poblaciones excluidas.