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El Telégrafo

El Ecuador ya no es el mismo y la vara ya está muy alta

11 de agosto de 2012

Si algún candidato presidencial quiere ganar las próximas elecciones, de la tienda política que sea, solo debe proponer un país muchísimo mejor que el que tenemos ahora. Es más: debería situar a nuestra nación en niveles de expectativa social, cultural, económica y política mucho más altos de lo que los ecuatorianos oímos ayer en el Informe a la Nación, realizado por el Ejecutivo.

Si alguien somete  las cifras a cualquier análisis, posiblemente no hay motivos para queja, y mucho menos para sospecha. La realidad está ahí para ser pensada. No se trata de aplaudir o de hacer apología. La razón no pide fuerza, como dicen los abuelos.

Podrán decir, afuera y dentro del país, que la realidad de esas cifras también es la mirada oficial de un país que se quiere mostrar, pero la situación está dispuesta a la verificación, sin prejuicios ni falseamientos.

Y con todo y ello todavía es insuficiente. Lo reconoce el Presidente de la República y su gabinete. Es cierto. La pobreza no puede ser una bandera sino una lucha permanente. Mientras quede un solo ser humano carente de los servicios básicos y de una vida digna, no hay motivo para ningún regocijo.

El reto de este Gobierno y de toda la sociedad es arrimar el hombro para colocar a los más pobres en otra dimensión, no para hacernos ricos ni ostentosos de lo material, sino para contar con una sociedad orgullosa de cada uno de sus miembros y no de unos pocos.

De ahí que las cifras expuestas en el Informe a la Nación no pueden ser solo motivo de regocijo, sino un reto para todos: para la empresa privada, que debe construir riqueza, pero para todos; para el sector público, que debe ser más eficiente y solidario con sus ciudadanos; con toda la llamada sociedad civil, que debe pensar y proponer salidas y respuestas a lo que los poderes plantean como problemas en su gestión. Es un reto colectivo.

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