La decisión del presidente Rafael Correa es digna de todo aplauso. No cabe duda. Le debe haber costado mucho, primero iniciar el juicio y luego darlo por terminado cuando la justicia ecuatoriana decidió una sentencia. Y el país entero debe recibir la decisión del Primer Mandatario como un gesto noble con muchos sentidos e interpretaciones.
Por supuesto que genera un alivio general. Se lo siente y se lo percibe.
Nadie puede declararse vencedor. Al contrario, si alguien triunfa, aunque resulte paradójico, es el mismo Correa.
Antepuso el bien del país entero a su legítimo derecho de defenderse de la injuria causada por un mal periodista, por un pésimo editor de opinión y por unos directivos que no tuvieron la humildad de reconocer el error.
Y el bien del país consiste en dedicarnos por entero a nuestras obligaciones sociales, dejar de estar perturbados por el odio de unos medios que no aceptan a un presidente distinto.
Ahora nos toca a todos concentrarnos en resolver problemas de fondo, en especial a los periódicos que descuidaron informar a la población sobre los avances en la economía, en la obra pública, en la lucha contra la pobreza. Nadie le pide a la prensa que se arrodille o aplauda, solo que cumpla con su función social.
Eso sí, que la oposición ahora recapacite. Usó y aprovechó este conflicto para intentar cosechar, y lo hizo de tal modo que alentó posturas a los directivos de El Universo, que, por lo que reveló ayer Correa, estuvieron dispuestos a pedir disculpas y hasta prepararon un borrador de la rectificación. Nos quedan por delante tareas y obligaciones colectivas de alto nivel y de mucho compromiso social.
Quizá se destinó demasiado tiempo a algo que pudo solventarse con una rectificación. Entonces, bienvenido sea el perdón, no el olvido, para ajustar nuestros tiempos a los requerimientos de los más pobres y necesitados.