En los últimos días se intensificaron los combates y sus consecuentes muertos y heridos, además de los costos. Con un alto componente religioso, el conflicto trasciende eso y se instala en un asunto de geopolítica, en el que EE.UU. juega un papel preponderante. La cifra de víctimas estadounidenses (en una lucha que no les corresponde) bordea las cinco mil. Y la de iraquíes supera los cien mil.
El costo humano es muy alto para los propósitos que se planteó el ex presidente George W. Bush. Eso sí, el rédito económico para la industria de la guerra es muy positivo.
Lastimosamente el presidente actual, Barack Obama, no ha sido coherente con lo que dijo en 2002. En esa época se opuso a los preparativos de invasión de Irak por parte de la administración republicana y denunció las “guerras idiotas e impulsivas”. Muchos demócratas estadounidenses esperaban que esa declaración pudiera contener, ya en el poder, una política contraria, pero vemos que el cargo más importante del planeta no necesariamente coincide con el poder indispensable para detener una masacre de la magnitud que vive Irak.
El comunicado emitido por Washington, en el que lamenta la muerte de estadounidenses, honra la memoria de las víctimas, pero no se señala en ninguna parte cómo parar ese drama.
Por otro lado, en Irak el conflicto no ha terminado. Es más, los especialistas creen que se estimula para sostener los ingresos económicos de la industria militar en momentos de gran crisis económica de EE.UU. Entonces, esos “intereses en común” a los que alude la administración estadounidense con los iraquíes que “luchan por la libertad” solo acarrean pobreza a un país sumamente rico, con grandes reservas de petróleo, con una cultura milenaria y un pueblo sabio.
Diez años después está claro que el propósito de la guerra es un asunto profundamente económico de una potencia militar en crisis.