El coronavirus se ha convertido en una pandemia y el mundo parece revivir experiencias que la humanidad enfrentó hace siglos y que parecía que no se repetirían. Recordemos la peste bubónica, la gripe española, la viruela y el cólera, aunque también en nuestros tiempos ya hemos enfrentado la gripe de Hong Kong y el VIH.
La pandemia se define como la propagación mundial de una nueva enfermedad y, aunque no es una novedad para el ser humano, la que vivimos hoy ha puesto en tensión al mundo, disparado las alarmas y obligado a cierres drásticos de fronteras, suspensión de vuelos y espectáculos públicos y cuarentenas masivas.
Pandemia en fin, no reconoce clases sociales. La enfermedad pueden padecerla las personas más pobres, que siempre llevan la peor parte; pero no están exentas las clases más altas, ni siquiera las familias reales, los líderes del mundo y las grandes figuras artísticas.
Ecuador ha seguido estrictamente los protocolos orientados por la Organización Mundial de la Salud y, de manera progresiva, ha actualizado los procedimientos, con el objetivo de controlar una expansión masiva del virus.
El presidente Lenín Moreno anunció la noche del miércoles que Ecuador declara la emergencia sanitaria en todo el país con la consiguiente restricción de eventos masivos y de concentración de personas. Igualmente se prohíbe sacar del país mascarillas, jabones y geles desinfectantes para precautelar las reservas de estos productos.
Si bien hay que conservar la calma y confiar en que los servicios de salud pueden enfrentar esta situación, no es momento de falsos triunfalismos ni de “dormir en los laureles”. Las medidas que se tomen y que son reiteradas sistemáticamente por los medios de comunicación nunca resultarán suficientes y cualquier exceso de confianza, omisión u olvido puede resultar contraproducente. (O)